Memorias diarios y crónicas historia de la revolución de la independencia del Perú
34 MARIANO TORRENTE juramentos de fidelidad al Monarca español, cuando la interceptacion de las correspondencias, i las tropelías i vejaciones contra el descuidado pasa– gero, anunciaron la mala fé de aquellos pueblos, los que quitándose 1a máscara del disimulo, procedieron á restablecer el gobierno revoluciona– rio, apoderándose de las armas i de la corta guarnicion que babia quedado. Para dar mayor impulso á la insurrecion, los directores de ella es– tendieron su maléfico influjo por las provincias comarcanas i en particu· lar por las de La Paz, Oruro, i partido de Chayanta. A mediados de no– viembre se presentaron los insurgentes delante de la villa de Oruro con cuatro ó cinco mil hombres, entre los que se contaban 250 fusileros~ es– tando montados los demas i provistos de lanzas, sables i de cuantas armas pudieron haber á las manos. Su corta guarnicion mandada por el coronel don Indalecio Gonzalez de Socasa hubo de reconcentrarse en la plaza, des– de cuyo punto rechazó aquellas informes masas, i las obligó á retirarse en el mayor desórden i confusion. Se hallaba á esta sazon en la Paz el coronel Lombera con 200 caba· llos i 900 infantes. El arribo al mismo punto del coronel Astete con su di– vision produjo una total desavenencia entre ambos gefes sobre el mando de aquella fuerza; i aunque se declaró oportunamente que correspondia al primero, no se reconciliaron por eso los ánimos con la debida sinceridad, i se resintieron por lo tanto sus operaciones de aquel espíritu de discordia. Luego que se hubo reunido con estos gefes el coronel Benavente, se forja– ron nuevos planes para sofocar el fuego de la rehelion. Lombera salió para los valles de Ja provincia dejando por todas partes señales de los bueno~ electos de aquella correría. Benavente se batió con un trozo formidable de insurgentes en las cercanías de la misma ciudad de La Paz· i despues de haberlos derrotado, i de haber pasado al!?,"llnos por las armas se dirijió á Huachacachi, cuyo pueblo i partido halló en la mayor sublevacion. Arrebatado este gefe t>Or su mismo celo, i lleno de irritacion al ver el ningun escarmiento de los rebeldes, quienes á la sombra de la escesiva clemencia del vencedor, maquinaban los planes de infidencia creyó era llegado el momento de desplegar un carácter de dureza i severidad que de– jase impresiones permanentes de la suerte que debia prometerse todo el que despreciando las lecciones dictadas por la dulzura i el exhorto provo· case los medios del rigor para ser contenido. Por mas tercos i obstinados que estuviesen aquellos pueblos, no po– demos aprobar el sacrificio de mas de 3.000 víctimas, ejecutado en distintas ocasiones por este gefe realista~ aunque todas ellas mereciesen aquel cas– tigo por su rebeldía i criminalidad. Hubo al mismo tiempo algunos otros comandantea que imitaron aquel rigor en este teatro de sangre, i entre ellos
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