Memorias diarios y crónicas historia de la revolución de la independencia del Perú
HISTORIA DE LA REVOLUCION DE LA INDEPENDENCIA DEL PERU 35 el teniente coronel don Agustin Huici: sentimos verdaderamente que estos lunares hayan empañado el lustre de tan heróicas campañas ( 1) . No es la copiosa efusion de sangre la que corta los desórdenes de un pueblo, sino la oportunidad de este violento remedio. Las penas se imp o– .uen para escarmiento i nunca Por venganza: algunos ejemplares castigos, acompañados con todo el aparato que impone al mismo tiempo respeto i terror, pueden producir resultados muí favorables; pero si al pueblo se le acostumbra á estos repetidos ensayos de horror i muerte, llega á embotarse totalmente su sensibilidad, i á considerar aquel lúgubre acto como un paso de la quietud al descanso, ó como el término de sus padecimientos i traba– jos. Así hemos visto en todas las r evoluciones, i aun en la francesa, que tan presente podemos tener á la memoria, correr á la muerte personas de todas clases, edades i sexos, riendo, cantando i celebrando como un triunfo su mismo suplicio. Otro de los inconvenientes que se toca en los planes de derramar mu– cha sangre para sosegar las conmociones populares, es el compromiso en que quedan infinitas familias, de vengar los manes de sus allegados, deudos i parientes. A pesar de la energía desplegada por los mencionados gefes, ausilia– dos por los esfuerzos de Pumacagua i Choquehuanca que con su fieles in– dios se habian avanzado ácia Sicasica no dejaban de hacer por eso fre– cuentes sorpresas los insurgentes sobre las partidas sueltas, pasageros i tra~ ficantes, á quienes robaban i asesinaban á título de realistas infundiendo un terror general que ostruia el giro de unas provincias con otras, i des– truía su agricultura é industria. Esta clase de guerra desordenada i sangrienta era mui fatal á las tropas del Rei: aquellos bandidos no presentaban ninguna batalla campal; pero talaban las hacienda i casas de campa, i hacían que los empleados en ellas se les incorporasen en sus desarregladas filas: cuando se veian hosti– gados, se retiraban á las elevadas cor dilleras i. se colocaban en desfilade– ros i quebradas impenetrables. Su conocimiento práctico del terreno era su mejor defensa; i las marchas forzadas i contramarchas que las tropas del Reí tenían que hacer para alcanzarlos causaban mas bajas que sus mismos ataques. De aquí provenía el aburrimiento del soldado i la desercion cuyo mal era düicil corregir por el apoyo que para ello prestaban los indios í cholos de los pueblos, i parque de querer castigar con todo rigor aquel de– lito~ se habría aumentado el descontento i el número de los enemigos. Al (1) Fue escusable sin embargo el rigor desplegado por el coronel Benavente: habia éste cogido prisioneros en una accion mas de 700 indios, i á todos les había dado el billete de indulto. Estos ingratos se aparecieron al día siguiente en medio de las turbas, insultando groseramente á su bienhechor; ¡qué estraño es, pues, que se provocase su enoj con ex:altaciónL
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