Misiones peruanas 1820-1826: misión García del Río-Paroissien

En ardorosa defensa de San Martín, sus conmilitones y ami– gos presentan con detalle y pruebas innegables el panorama preca· rio y difícil que tuvo que afrontar y resolver con prontitud. "La lis– ta civil y mil objetos de urgente necesidad, consumian las adqui– siciones del Estado", dicen entre otras cosas. En efecto eran mu– chos los recursos que se necesitaban, particularmente los destina– dos a atender la preparación eficiente del ejército libertador y pa– ra los gastos de la administración del Estado. Se requería, por consi– guiente, contar con fondos, con dinero en efectivo. El propio Uná– nue sentenciaba con sincera preocupación: "el dinero es el que más urge, pues aún los hombres sin él nada sirven". La situación era grave y no hubo farma de resolverla. A pesar de las medidas adop· tadas por San Martín como Protector, la falta de dinero y de ren– tas públicas no satisfacían aquellas necesidades urgentes, y no obs– tante las economías introducidas por Unánue y la generosidad de muchos patriotas, las arcas fiscales no redundaron y se hiza ne– cesario acudir a otros medios, como la requisa de la plata de las iglesias, hasta entonces respetadas por el Protector, como señala Vargas Ugarte. ¿Cómo solucionar la crisis fiscal? Recom.endando gravar a los co– merciantes, sin distinción de naturales ni extranjeros, como propo– nía Unánue en setiembre de 1822? Nada más ingrato que volver ri los impuestos, a las contribuciones, de que tanto se había abusado en la época colonial y que, por lo mismo, debía producir el natural rechazo de gran parte de la población, aún en el caso de que ese peso recayese principalmente y en proporción a sus fortunas sobre los hombros de los españoles, que en su gran mayoría eran peque– ños comerciantes, a pesar de que los había también con gran fortu– na y prestigio. El asunto tenía pues sus problemas y no era fácil encontrar el mejor camino, y ésto es tan cierto que se llegó al ex– tremo de ofrecer un premio de dos mil pesos a quien presentase un buen sistema de hacienda. Otro camino que se pretendía seguir para obviar el déficit creciente de las entradas era el de los dona– tivos, a los que se sumaban las confiscaciones de bienes a los espa– ñoles que abandonaban el país~ El historiador Lorente señala a este respecto que entre las personas "animadas de generosa emulación, que hacían ofrendas en las aras de la patria, merecen recordarse las monjas y algunas respetables señoras, que se ocupaban en ha– cer camisas, sábanas, hilas y otras confecciones para el ejército li– bertador. Don Francisco González se distinguió ofreciendo vein te mil pesos prestados sin interés, cincuenta marcos de plata y cien XX

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