Misiones peruanas 1820-1826: relaciones diplomáticas con Gran Bretaña
238 CORRESPO rDENCIA DE JO E JOAQUIN OL\IEDO respetando las instituciones del resto del mundo. La contestación del Ministro fué que confirmase a mi Gobierno en el concepto de que no tenía que temer lo menor de la Francia; que lejos de eso ya había ésta declarado sus intenciones amigables respecto del Perú, habiéndole dirigido, como otros de los nuevos Gobiernos un Agente de Comercio; y que la Francia no esperaba mas que una coyuntura favorable para que esas relaciones recibiesen mayare aumentos; mas que para que este designio tuviese efecto debía cuidarse mu– cho en mi país, de que se evitaran disensiones que turbasen el or– den público. Yo le dí las gracias por los sentimientos que acababa de manifestarme, y como para hacerle entender que ya el Perú ha– bía pensado en mandar un Enviado cerca de aquélla Corte, insi– nuación que me pareció no estaba de mas, le pedí permiso para preguntarle si sería recibido un tal Enviado. A lo que respondió que lo sería muy bien en los términos que los de Méjico y Colombia, esto es como Agente confidencial : y con esto me retiré. Repito a V. S. que mi intento en esta conferencia no fué el adelantar, sino el no quedar atrás; después no me pesó el haber oído esas expre– siones, vertidas con cierta animación en medio de la templanza na– tural del Ministro, no obstante de que los hechos que se van viendo digan lo mismo.= La otra parte de esta exposición es relativa a noticias comunicadas por un Americano que lamenta la desgracia de haber dejado su patria por venir a España y manifiesta mucho deseo de volver a ella: y cuyos avisos hallé conformes con otros que recibí y con varios antecedentes. El ha tenido proporción de entrar en interioridades del Gabinete de Madrid y me inclino a creer que hablaba con sinceridad, según su relación, en diferentes con– versaciones las cosas de América se miran generalmente en aquella corte como perdid_as. Pero el Rey y las gentes que le rodean están muy encaprichados en la reconquista, al punto de que cuando el mi– nistro francés y el nuncio insi tían en el reconocimiento, o cuando convocada una junta extraordinaria para ocuparse en los asuntos de América, salieron casi pareados los votos en pro y en contra de un acomodamiento, exclamó el rey que primero se les secaría el brazo que firmar la independencia. Los hombres sensatos y aún la mayor parte piensa de distinto modo y se dá por efectivo que el Duque del Infantado al aceptar el ministerio que renunció y sirve ahora inte– rinamente un Salmón puso por condición el negociar con América, mas que al tratar de poner en ejecución su proyecto, le mandó el rey que no le hablase de eso. Por el desbarato no obstante en que se halla ese Gobierno, a ninguno de los jefes vencidos en Ayacucho se le ha hecho consejo de guerra y ni aún se le ha preguntado l
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