Obra Gubernativa y Epistolario de Bolívar El Congreso de Panamá
512 RAUL PORRAS BARRENECHEA antiguos vínculos sociales y raciales. De hecho, los propios jefes de los ejércitos libertadores y realistas trataban a los individuos de tropa como "fichas" que podían transplantarse de uno a otrd país sin tomar en cuenta su opinión. En Estados Unidos, el sentimiento de nación se forjó en la gue– rra de la independencia y en una expansión fronteriza , siempre en movimiento, que emulsionó la masa de inmigrantes en un sólo ímpetu. En la América española subsistieron los cuadros colonia– les. Las bases políticas de las nuevas nacionalidades fueron las instituciones y los marcos de la administración hispánica. Ello dio una falsa impresión de unidad. Esta existía, ciertamente, como se ha dicho, en las clases cultas y en la similitud de las instituciones. Pero era un esquema exterior, ajeno a la conciencia, a las nece– sidades y a los sentimientos reales de los pueblos. Al romperse el vinculo con España cada uno de los grupos formados en tomo a los antiguos núcleos administrativos, tendió a la separación. Por eso se ve que los proyectos de organización política difieren notable– mente, aunque se dé por sentada una común base nacional. El plan presentado por Francisco de Miranda en 1790 al Gabi– nete inglés apunta a la formación de un "vasto Estado común", bajo la jefatura de un nuevo Inca. Olavide es partidario de una concepción federal. Monteagudo, de una federación de bases ·mo– nárquicas; O'Higgins piensa en una Confederación Latina de Amé– rica "en defensa de las libertades civiles y políticas de sus habitan– tes" (19). El limeño Egaña y Martinez de Rozas propician, en Chile, unas "Cortes Continentales". Mariano Moreno - portavoz de la burguesía bonaerense - es más cauto; se limita a proponer la ayu– da mutua. La opción era ciertamente delicada. La pugna entre republi– canos y monárquicos y las tendencias localistas mellaron las posi– bilidades de una solución política a escala "nacional latinoameri– cana". Un Estado unitario con un soberano común - como el pro– puesto por Miranda - resultaba utópico. Mientras que en Estados Unidos las Trece Colonias originales formaron un grupo cohesio– nado del cual se impartía la vida a las fronteras movientes, en América española los núcleos de gobierno estaban separados por enormes distancias y muchas de las fronteras que deslindaban sus jurisdicciones respectivas eran conocidas solamente en una vaga cartografía. En tales condiciones, un gobierno unitario hubiese sido imposible. (19) Cuevas Cancino: ibid.
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