Obra Gubernativa y Epistolario de Bolívar El Congreso de Panamá

66 RAUL PORRAS BARRENECHEA Además de los puntos concretados en los tratados de 15 de julio de 1826, el Congreso se ocupó unicamente de un asunto di– plomático distinto: la mediación de la Gran Bretaña para obtener el reconocimiento por parte de España de la independencia de América. En tres sesiones se discutió este asunto planteado por el delegado mexicano Michelena, que había actuado de Ministro de México en Londres, en negociaciones similares. El delegado perua– no Tudela, expresó en la sesión ele 13 de julio de 1826, que el Perú había instruído a sus plenípotenciarios en Londres para no admi– tir el reconocimiento de España a base de indemnización pecu– niaria como se había tratado entre México y España, aunque sí a base de ventajas comerciales. El asunto provocó sin duda irre– ductibilidad de opiniones o incertidumbre entre los delegados, porque después de tres sesiones de discutirse, se acordó que todos pidiesen instrucciones a sus gobiernos, dejando entre tanto el asunto en suspenso. Cumplidas las labores de los plenipotenciarios con la suscri– ción de los cuatro tratados de 15 de julio de 1826, el Congreso sus– pendió sus sesiones, el mismo día a las once de la noche, dejando constancia los delegados «de la complacencia con que habían con– currido a unas conferencias en que había reinado la fraternidad, la franqueza y el amor más puro a la causa pública y sus deseos de que en las reuniones futuras de la Asamblea, haya constantemente Ja misma uniformidad de sentimientos y la misma cordialidad en beneficio de los intereses comunes.» . En la última reunión de la Asamblea, de 15 de Julio, se acor– dó que las delegaciones se fraccionaran, dirigiéndose unos miem– bros a continuar las sesiones en Tacubaya y regresando los otros a sus respectivos países para obtener personalmente la ratifica– ción de los tratados, Vidaurre, Briceño Méndez y Molina se apar– tarian de la Asamblea con esta comísión, en tanto que los delega– dos mexicanos, Pérez de Tudela, Gual y Larrazábal se encamina– rían a México. Vidaurre regresaba al Perú en muy distinto estado de ánimo al de su partida. Su admiración a Bolívar se había quebrado defi– nitivamente. Las maniobras monárquicas que había sorprendido en Panamá, la actitud dominante de los delegados colombianos le habían decepcionado de su ídolo si no bastara para ello su propio versátil temperamento. En Guayaquil halló los mismos ajetreos que en Panamá: «se halla aquí de intendente aquel antiguo edecan de Bolívar, que pasó por Panamá, predicando públicamente n favor de las monarquías» (pág. 499). Siempr declamatorio Y

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