Obra Gubernativa y Epistolario de Bolívar El Congreso de Panamá

72 RAUL PORRAS BARRENECHEA la misma raza, lengua, religión y costumbres, tal como la enunció en la carta de Jamaica, había sido desnaturalizada por la invita– ción de Colombia a Inglaterra y de México a Estados Unidos y por la exigencia de Canning de que se invitase al Imperio del Brasil. Con esta última invitación particularmente se había quebrantado uno de los más fuertes lazos federales entre los nuevos pueblos: el sentimiento democrático de la forma de gobierno que aspiraba a formar una colectividad de repúblicas libres. Convencido de la excesiva grandeza de su sueño, Bolívar empezaba, también, como dúctil político que era, a reducir el tamaño de su ideal. Sus más adictos partidarios forjaban sociedades secretas para propiciar un imperio menos iluso que el soñado por el héroe, y Pando susurraba al oído del Libertador el plan más realizable de la Federación de los Andes. En esta lucha de su ideal con la realidad, llegó Bolívar a trazar aquellos apuntes exhumados por Lecuna que no desmien– ten su visión del porvenir de América, pero que son la expresión de las torturas de su espíritu ante el caos que tenía delante, y que fue el que lo indujo a borronear aquellas líneas en que su pensa– miento se extravía en la idea de un protectorado británico. Todas estas circunstancias explican el abandono o indiferencia por el Congreso en que cayó su propio iniciador. A ello vino a agre– garse el fracaso de la obra de la propia asamblea. El sueño de la federación política, del anfictionado griego de Vidaurre, fué sus– tituido por un convenio para formar un ejército y una liga federal en caso de peligro contra España. La ciudadanía común planteada por Vidaurre fué rechazada. En lugar de una autoridad internacio– nal y con fuerza compulsiva sobre los aliados sólo se logró estar blecer una simple entidad amistosa y mediadora. Las cuestiones de límites quedaron, pese a las líricas intenciones de soluciones jurídicas, regaaas en toda América, para que crecieran como la cizaña entre la buena semilla. La paz no pudo, pues, ser garantizada, ni establecida una justicia internacional que previniese las agresio– nes y la conquista, pero ni siquiera pudieron convenirse en Panamá, unas cuantas normas comunes de derecho internacional privado. En lo único, pues, en que el Congreso de Panamá logró el acuerdo de sus miembros y aún el de los que no estuvieron pre– . entes, fué en la unión defensiva en contra de España. Este fué Y ha sido por mucho tiempo el único contenido cierto de hispano– americanismo: el antiespañolismo. Cada vez que en España, se caía de una panoplia una vieja espada o había algún otro ruido de latón, renacía instantánea y momentáneamente en Hispanoamérica, Ja tradicional y antigua fraternidad. Otras injusticias, otras agre-

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