Periódicos: El Pacificador, El Triunfo de la Nación, El Americano, Los Andes Libres, El Sol del Perú

pectiva a la vida privada, coincidió con la ostentación de los aprestos mir litares y las prevenciones intimidatorias; pero adquirió una nueva faz cuan– do la Expedición Libertadora apareció en tierra peruana, y proyectó una deslumbrante claridad sobre los contrarios elementos de la realidad. De modo súbito, e irrefragable, quedó desacreditada la política de aislamiento que las autoridades españolas quisieron mantener durante tres siglos; y el velo urdido a base de silencio o capciosa de/ormación, para ocultar el alcance y la significación de la libertad americana, perdió su tenebrosa densidad. Al margen de los tapujos y denuestos usuales en los anuncios virreinales, desde esos instantes planteóse la elocuente dialéctica de los hechos; y tanto libertadores como opresores debieron estudiar sus pronunciamientos con cautela, para ofrecer una imagen atractiva o impo– nente. Pero unos y otros representaban las opuestas caras de una moneda y, lógi,camente, era preciso que esforzaran la alegación de sus respectivos alientos. Ya no bastaba la organización, la disciplina y el apertrechamiento de los ejércitos para decidir la suerte de una campaña, pues además se requería asegurar la adhesión de los pueblos y aun socavar la moral del adversario. No bastaba tampoco la versátil aplicación de las concepciones clásicas sobre el arte de la guerra, pues su carácter libertador anulaba /,a fijación convencional de los frentes y daba a las operaciones una profun– didad y una fluidez insólitas. Por eso se dispuso que la acción puramente militar fuese preparada mediante una ·vasta y oportuna propaganda, y que ésta sincronizase el desarrollo de movimientos armados o maniobras de com– bate, para condicionar o afianzar la función confiada a los ejércitos. Los propósitos y los alcances de esa labor intelectual correspondieron a una verdadera guerra psicológica. Aun los propios virreyes fueron sensibles a lo vidrioso de la situación cuya estabilidad debían cautelar, y temieron la persistente y multiplicada elo– cuencia de los voceros liberales. Agudamente lo expresó José Fern.ando de Abascal, cuando reveló el antagonismo que minaba a la sociedad colonial: " por los abusos introducidos en la administración de nuestro gobierno, la 'rivalidad entre los españoles de este país y los peninsulares es tan cierta como inveterada, y ... tan grande como la distancia que los separa". Pero no dejó de mostrar su fidelidad al absolutismo y, apelando a la violencia como el recurso más aconsejable para mantener la paz en el virreinato, permitió que siguieran actuando los gérmenes de su destrucción. Y pocos años después, con íntimo desaliento, ! oaquín de la Pezuela anotó: "los pa– dres e hijos están desavenidos por pensar diferentemente unos de otros". Ambas aseveraciones denotan una coincidencia esencial, pero las separa un. tiempo durante el cual menudearon los sucesos turbulentos. Y en tanto que el Marqués de la Concordia pudo someter a interdicción y definitiva clau– sura los periódicos liberales, su angustiado sucesor fue desafiado por publi– caciones clandestinas y por la incontrastable evidencia de los hechos. El primero se refiere a "los papeles incendiarios que sembraban en todas estas regiones anunciando su independencia absoluta"; y despectivamente in– forma que "no podía ... dejar correr a la sombra de la misma libertad discursos vehementes que pudiesen turbar el sosiego que tan felizmente -y a costa de una vigi,lancia continua se ha gozado en el territorio de nii res- XV

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