Periódicos: El Pacificador, El Triunfo de la Nación, El Americano, Los Andes Libres, El Sol del Perú

cwn que siis ideólogos desenvolvieron en toda clase de escritos públicos; así había ocurrido que los realistas sofocaran las voces de la razón porque fiaban en la eficacia de sus armas. Pero unos y otros evolucionaron hacia el total despliegue de sus recursos. En el campo realista se gestó una insólita subversión, que dió origen a la deposición del absolutista virrey Joaquín de la Pezuela ( 29-1-1821) ; y los propios jefes de su ·estado mayor, que prota– gonizaron el bochornoso motín de Asnapuquio, creyeron que aún podría rendir frutos un cambio político. Aun reconociendo la progresiva debilidad de sus posiciones estratégicas, calcularon que era posible subsanar el fla– grante desahucio recaído sobre el régimen colonial; y atribuyéndolo a la caducidad del despotismo absolutista, dieron paso a los temas y las alegaciones constitucionales. Fue abandonada la expectativa mantenida an· te los golpes sufridos en las primeras alternativas de la campaña liberta– dora y planteóse una activa réplica a las formulaciones y los objetivos de la propaganda patriota. Cierto es que los amotinados en el campo realista 'no amenguaron la soberbia alentada por los tres siglos de dominación his– pánica, ni demostraron una cabal comprensión de la realidad que vivían; pero no puede ignorarse que su actitud denota un cambio, en cuanto pre– tendieron llevar hasta el pueblo la justificación del motín y habilidosamente lo presentaron como una reacción contra la vieja política y una promesa de nuevos tratos. Con la pluma en ristre, se dispusieron a impulsar la acción de las armas. Y la guerra psicológica adquirió contornos vivaces e ·incitan– tes, turbulen-tos y presagiosos. LA PRENSA EN LA PRIMAVERA LIBERAL DE 1812 Recurriendo a las doctrinas defendidas por los constituyentes de 1812, los militares realistas intentaron moderar el profundo antagonismo existen– te entre criollos y peninsulares. Desde luego, negaron con igual porfía el derecho a la autodeterminación, y se aprestaron a ejercitar sus armas contra las fuerzas patriotas; pero ya no era posible mantener los infundios antes di– vulgados con respecto a los móviles de los "insurgentes", y hubieron de acometer la propaganda de sus propias posiciones. Entablaron diálogo, unas veces acre pero siempre animado y revelador, con las proclamas y los órga– nos de prensa que propiciaban la independencia. Y siguieron la estrategia que anteriormente ensayara el virrey José Femando de Abascal, para con– trarrestar los efectos de la libertad de imprenta. Según pensó dicho gobernante, esa institución liberal opone nume– rosos inconvenientes a la facultad de gobernar. Quizá admitía que el plan de la razón concibe a la imprenta como artífice de la cultura y el enten– dimiento entre los hombres; pero en la práctica hubo de advertir que la pasión suele servirse de ella para satisfacer menudos intereses; y, propen– diendo a cierto inmovilismo político y social, cernió sobre los impresores la sombra amenazante del poder. Admitía la utilidad del periodismo, pero sólo consideraba tolerables las publicaciones que excitaran el respeto a la autoridad; y aunque juzgaba fecunda su proyección sobre la comunicación entre los ciudadanos, pretendía subordinar sus alcances a la información oficial, los fines de la moral doméstica y ciertos aspectos anecdóticos de la cultura. Inspiró la edición de la Gaceta del Gobierno, en armonía con el XVIII

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx