Periódicos: El Pacificador, El Triunfo de la Nación, El Americano, Los Andes Libres, El Sol del Perú

modelo fijado por la que había empezado a publicarse en la península; y al término de su mandato definióla como una "barrera fuerte" que había "detenido y aun trastornado los planes de la sedición y del engaño", pues, sirviendo como instrumento de la política hispánica, había tendido a de– sacreditar las tendencias liberales y autonomistas, identificándolas con la irreligión, el fanatismo y el desorden. ~Pese a tales convicciones, acató la libertad de imprenta, cuando ésta fue reconocida por una ley de las Cartes reunidas en Cádiz; pero al mis– mo tiempo favoreció procedimientos enderezados a neutralizar sus efectos y aun preparóse a recortarla discrecionalmente. Cabe presumir que inspiró las denuncias formuladas contra sucesivos números de El Peruano, para coartar su proclividad a los desahogos personalistas y la de/ensa de los derechos reclamados por los americanos; y, calificados aquellos como libelos difama– torios o subversivos, justificaron otros tantos procesos contra su editor, Gaspar Rico y Angulo, quien a la postre fue remitido a España bajo partida de registro. Destino semejante mereció El Satélite del Peruano (prospecto, su– plemento y 4 números: desde 21-Il hasta 30-Vl-1812), ¡>atrocinado por una "sociedad filantrópica", deseosa de "hablar e instruir a todos" -"el más ínfimo de nuestros conciudadanos, el pobre artesano, el indio infeliz, el triste negro, el pardo, el ignorante"-, pues "todos tienen derecho de oir y ser instruídos"; sus redactores -Cipriano Calatayud, Die8o Cisneros, Fer– nando López Aldana, Manuel Salazar y Baquíjano y Manuel Villalta~ afectaron un tono tentativamente mesurado; pero definieron la patria como "toda la vasta extensión de ambas Américas"; y exhibieron una posición doc– trinaria cuya riqueza argumental se impuso al comentario coetáneo; de modo que las autoridades obstruyeron la circulación del periódico mediante una franca requisición; y, explicando •tal medida, el propio virrey apuntó que era "el más incendiario y subversivo que ha salido de las prensas li– meñas", pues "alentaba y procuraba una conspiración general". No obstante su celo, debió temer que la vigilancia y los procedimientos punitivos de la censura mellasen la buena imagen de su administración; y, muy hábil– mente, fomentó también la publicación de diversos periódicos, destinados a contrarrestar las alegaciones de los órganos liberales, y a definir la política según las postulaciones gratas a la moral y las enseñanzas evangélicas. Por una parte, excitó al Ayuntamiento Constitucional de la ciudad para que auspiciase la edición de un vocero; pero éstp hubo de ser muy efímero, pues se ajustó cabalmente a los designios del gobierno local y a las perspectivas implícitas en su epígrafe de El Peruano Liberal (1813). Y, por otra parte, José Fernando de Abascal comprometió la colaboración de escritores tan prestigiosos como José Baquíjano y Carrillo, Hipólito Unanue, José Manuel Valdez, José de Larrea y Loredo, José ! oaquín de Larri'lYa, Félix Devoti y José Pezet, para animar las páginas conformistas de El Verdadero Peruano (28 números, desde el 22-IX-1812 hasta el 31-lll-1813 ). Aparentó enta– blar así un diálogo, que en cierta forma tendía a proponer ante el pueblo los términos de una opción, pero esos voceros oficiales deslizaron adverten– cias intimidatorias o presagiosas, que a la postre silenciaron a los liberales. Es claro, pues, que se abandonó entonces el estilo del periodismo concebido por la filosofía de la ilustración, e incidióse con preferencia en la discusión intencionada de la actualidad. Del razonamiento, metódicamente dirigido a XIX

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