Periódicos: El Pacificador, El Triunfo de la Nación, El Americano, Los Andes Libres, El Sol del Perú

labrar la educación individual, pasóse al comentario que debía incitar ha– cia una actitud determinada. El estudio severo o la información escueta, que en los papeles públicos buscaban la simple comunicación con el lector, cedieron su lugar a los desahogos de la pasión o al interés. Posturas semejantes mantuvieron otras publicaciones periódicas, du– rante aquella primavera liberal. Y, ya se tratara de diferentes planteamien– ltos ideológicos o de observaciones diversas, resulta obvio que su postula– ción hizo posible la expresión de antagonismos embozados, la sucesión de afirmaciones y contradicciones, o la difusión de noticias incitantes. De la relación más o menos limitada, en el corrillo o el cenáculo, pasóse a la comunicación social; y aunque nadie excediera entonces las convenciones del fidelismo -según los términos alentados por las cortes españolas y las ex– pectativas cifradas en el retorno del cautivo Fernando VII-, la amplia– ción cuantitativa de su audiencia llevó a los escritores hacia una esperan– zada adhesión a las instituciones democráticas. Si el Argos Constitucional (7 números: entre el 7-Il y el 21-Ill-1813} asumió la tarea de propagar la confianza en la obra legisladora de las cortes y en la magnanimidad del mo·narca, sus argumentos provocaron la réplica del Anti-Argos ( 3 núme– ros: 11 y 22-Il, y 12-Ill-1813). Polémica semejante mantuvieron El Ra– malazo y el Anti-Ramalazo. Pero las autoridades desplegaron su celo para sofocar ese debate y evitar que su espíritu pudiera afectar la tradicional quietud de la vida limeña; y ya no aparecieron sino opacos registros del acontecer local, que sólo recobran su sentido tras un arduo escrutinio del erudito, o las apologías que la acción gubernativa inspiraba mediante su lar– gueza o el simple efecto del temor. Fueron: El Investigador ( l'.'-Vll-1813 a 31-Xll-1814), El Clamor de la Verdad (5 números: de III a Vl-181 4), El Semanario (23 números: desde el l'.'-Vll hasta el 9-Xll-1814) y El P en– sador del Perú (1815). Con harta justeza pudo apuntar el virrey que la real orden (16-IX-1814) pertinente a la abolición de la libertad de imprenta sólo tuvo en el Perú la virtud de consolidar la situación que su severidad había impuesto, pues "sólo hubo que publicarla y circularla según practica", para fijar "los justos límites a que estuvo siempre sujeta". Por tanto, la opresión peninsular interrumpió el diálogo apenas iniciado, y nuevamente imperó el acento monocorde e impersonal de los plumarios adscritos a la burocracia. PRENSA Y COMUNICACION SOCIAL EN LOS ALBORES DE LA INDEPENDENCIA La quietud de las prensas fue azarosamente quebrada por la propa– ganda clandestina que durante esos años efectuaron los patriotas. Unas veces, mediante las gacetas aparecidas en Buenos Aires y Santiago de Chile; conducidas por agentes especiales o por marinos de las naves mercantes que visitaban el litoral, depositadas en lugares convencionales de la extensa y desierta costa, sigilosamente trasladadas hasta los centros de recepción es– tablecidos en Lima, y luego distribuídas según las conveniencias de la co– municación. Otras veces, mediante papeles manuscritos, que en forma abnegada copiaban hombres y mujeres en apartados recintos de sus hogares o en el silencio de las celdas conventuales, y que eran deslizados subrepticia- XX

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