Periódicos: El Pacificador, El Triunfo de la Nación, El Americano, Los Andes Libres, El Sol del Perú

mente en residencias aristocráticas o humildes moradas, e inclusive adheridos en los muros de lugares públicos. La vehemencia y el ingenio aconsejaban las formas y la estrategia de la difusión. Llegóse a formar círculos, para leer las hojas provenientes de los países ya liberados, comentar los sucesos que ellas relataban, y reproducir el contenido noticioso o ideológico de tales impresos, que así fungían como fuentes de optimismo. Por su parte, el virrey Joaquín de la Pezuela procuró diversificar la propaganda en torno a la causa realista, para superar la escasa eficacia de la Gaceta del Gobierno. Y, ya fuese a través de pronunciamientos oficiales o de opiniones particulares, su tono promisorio o su virulencia sugieren la perplejidad y la inquietud de los círculos palaciegos ante la evidente pro– gresi6n del separatismo. Constituyen una respuesta a las noticias y los argu– mentos que difundían los patriotas. Reconocen plenamente la influencia de los papeles volanderos y los comentarios orales que socavaban el prestigio y la estabilidad del régimen. E inclusive denotan una apresurada apelación a todos los recursos disponibles, pues entre esos pronunciamientos destacan los que intentan aprovechar la religiosidad del pueblo en beneficio del poder hispánico. Por ejemplo: la carta pastoral que suscribiera el presbítero José Calixto de Orihuela (24-IV-1820) al ser consagrado como obispo de Cuzco~ sostuvo que el cristianismo se oponía al "espíritu revolucionario" de la in– surgencia patriótica, y, por ende, que los buenos cristianos estaban obligados a obedecer el mandato de las autoridades; durante la fiesta anual de Nuestra Señora del Rosario trasladóse la imagen desde el convento grande hasta la catedral, y allí se efectuaron rogativas para que la protección divina favo– reciese la unión de los pueblos e impidiese los avances de la secesión plan– teada por la Expedición Libertadora. Pero esa derivación política de la fe se encontraba ya desprestigiada y, sin llegar a ejercer la menor seducción, denunciaba la esencial debilidad de la estructura del poder hispánico. Y cuando el general José de la Serna ocupó el solio virreinal, con el apoyo de los militares amotinados en Asnapuquio, rectificó el silencioso aislamiento de su antecesor. Autorizó la edición de un periódico, para justificar la acti– tud asumida y exponer las promesas implícitas en la vigencia de la cons– titución liberal de 1812. Se lo llamó El Triunfo de la Nación (prospecto y 40 números, desde el 13-Il- hasta el 29-Vl-1821, además de cuatro "suplementos" correspondientes a los números 12, 22, 34 y 38), para significar que esa ley básica proyectaba una influencia unificadora en las relaciones de Es– paña con sus antiguas colonias, y determinaba el acatamiento a los reclamos y las expectativas de los americanos. Lógicamente, fluyó de sus páginas una cortante incomprensión de los fundamentos y la necesidad de la indepen– dencia, que en tono desdeñoso definió como fruto de un "patriotismo ex– tremado de provincia"; y reincidió en la despótica postura que siempre adoptaron los peninsulares, aferrados a la vana afirmación de que "el pa– triotismo nacional" se basaba en la unión de España y América. Pero llegó el desengaño, con las reiteradas exigencias de independencia y paz, que fueron planteadas en la conferencia de Punchauca (2-Vl-1821) y en la representación que diez regidores elevaron a la consideración del virrey La Serna (7-Vl-1821). Y la bizarría inicial, las aparentes concesiones al dere– cho de los peruanos fueron amortiguándose. Los documentos y los comuni– cados que reflejaban el ímpetu de los constitucionalistas, así como las ale- XXI

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