Primer Congreso Constituyente
DECRETOS Y COMUNICACIONES 297 39 Que con respecto a la proposición del señor Barrios, se tenga presente por el Congreso para desecharla o aprobarla, que la domina– ción exclusiva de Bolívar el Peruano podría ser un motivo de celo en– tre dos Repúblicas aliadas, entendiéndose tal vez por la de Colombia o que queríamos apropiarnos este nombre que hace su mayor ornamen– to, o que le creíamos más honrado con el timbre de Peruano, que con el del país de su nacimiento, que por mil títulos se ha hecho tan ilus– tre y envidiable. Añadiendo que no es propio de la modestia de una na– ción estimarse tanto a sí misma, que crea prestando el sobrenombre de su suelo dar un honor muy distinguido a un personaje que con s6lo el dictado de Libertador ha hecho su nombre tan glorioso. La ciudada– nía por nacimiento en el Perú que se le ha declarado, no es una gracia dirigida a honrarle, sino a adoptarle más a las necesidades que de su distinguida persona tiene nuestra República. El Congreso resolverá sobre todo lo que fuere de su soberano agrado. Sala de la comisión, Febrero 14 de 1825.- José de Larrea.- Carlos Pedemónte.- José Gregario Paredes.- Justo Figuerola.- F. J. Mariáte– gui. (Cat. MS. núm. 863.) Archivo de la Cámara de Diputados. 278 DISCURSO PRONUNCIADO POR EL PRESIDENTE DEL CONGRESO DON CARLOS PEDEMONTE AL INICIARSE LA DISCUSION DE LA PRIMERA CONSTITUCION DEL ESTADO, EN LA SESION DEL 28 DE ABRIL DE 1823 Amaneció, por fin, señores, el día suspirado por los pueblos, en que reunidos los dignos representantes de la Nación Peruana van a dar principio a las gloriosas tareas de constituir su ser político. Tareas que aunque carecen del aparato bullicioso con que la fuerza armada arroja de un territorio la dominación injusta que lo oprime, son, en cambio de eso, tanto más importantes cuanto que ellas solas presen– tan al ciudadano el verdadero objeto de sus sacrificios y la inaprecia– ble felicidad que ellos le valen. Un país, libertado de la tiranía, no ha hecho otra cosa que derribar el terrible muro que la ambición de los gobernantes ofrece de ordinario a la prosperidad de los pueblos; más ésta no se logra con sólo haber removido los impedimentos de obtener– la. Indispensables son, cierto, y muy costosas, las fatigas del labrador que roza las malezas de un terreno y que arrancados de raíz los robus– tos espinos que le cubren le hace capaz de recibir de cualquier culti-
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