Primer Congreso Constituyente
326 PRIMER CONGRESO CONSTITUYENTE junto, es sabido, nace la fortuna pública; prosperará el comercio y nuestros ricos minerales - rendirán en diez años lo que no producían antes en ciento. El éxito consiste en que las leyes reglamentarias sean muy pocas: en que se dirijan más bien a remover obstáculos, que a imponer observancias odiosas, y en que prácticamente vean los ciu– dadanos, que el sudor de su frente se convierte todo en propio benefi– cio y que si algo se destina a la comunidad, en ellos mismos, como in– dividuos que la forman, llevan los contribuyentes su provecho. Por último, quedaría expuesta la hacienda a un trastorno inevita– ble, si la Nación no procurase pagar religiosamente la deuda que tu– viere abierta, reconociéndola de hecho según fuere liquidándose. Los Estados son como los particulares que en razón de su honradez y bue– na fe disponen como propios de los caudales ajenos, sobrándoles en sus necesidades personas que los socorren; mientras que, por el con– trario, no podrán contar con nadie, si faltando a las sagradas obliga– ciones del honor, y abusando de la confianza y generosidad, se detie– nen culpablemente o se niegan con cavilosas excepciones a la satisfac– ción de sus créditos. Pero pasemos al segundo medio. La defensa exterior de la República y su ·seguridad interior exigen una- fuerza armada permanente, para -hacer respetable su independen– cia a los extraños y a los ciudadanos sus leyes; porque es demostrado, que para obtener estos preciosos objetos, la razón y la bondad intrín– seca de las instituciones son de ordinario insuficientes. Pero esta fuer– za deberá distribuirse con tal orden que jamás podrá auxiliar al genio de la tiranía, cuya fatalidad regularmente depende de la indiscreción con que se aumenta y de confundir la quietud interior con las invasio– nes extrañas; naciendo de uno y otro el criminal pretexto de armar los ciudadanos en defensa de sus derechos, cuando sólo ha sido para pri– varlos de su libertad. La milicia peruana es, pues, de tres clases: el ejército de línea, la milicia cívica y la guardia de policía. La primera protege la libertad exterior o la independencia, debiendo emplearse únicamente donde és– ta pueda ser amenazada. Tal es el fin de las tropas veteranas, cuyo servicio se ha hecho ya como el fundamento exclusivo de la entidad de un Estado respecto de otro, a pesar de que el espíritu de conquista ha perdido en el presente siglo, en que las luces no califican de héroes si– no a los insignes capitanes que saben unir la moderación al valor, y apoyar la libertad en el poder de su espada. La segunda se destina a la conservación del orden interior, debién– dose multiplicar los cuerpos de ella en las provincias, según su pobla– ción y circunstancias; porque puedan lograr todas en esta fuerza un
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