Primer Congreso Constituyente
DECRETOS Y COMUNICACIONES 329 la cultura del buen gusto; -29 concediendo premios a los que se distin– guieren por su aplicación y progresos, que sin este estímulo los pri– meros talentos suelen no exceder la mediocridad, y mucho más, cuan– do, por una fatalidad de la especie humana, hasta la energía mental, que debiera ser independiente de agentes exteriores debidos en muchas partes a la casualidad, está al nivel de las recompensas. Cuya obser– vación induce a proponer como 3er. medio la creación de Institutos científicos que gocen de dotaciones vitalicias competentes. Pues si es cierto que la sabiduría es un ejercicio compatible, en un sentido, con todas las demás ocupaciones de la vida, también es verdad que, para obtenerla en toda la plenitud de su luz, deben consagrarse a su culto hombres enteramente desprendidos de la necesidad de atender a sus urgencias por otros recursos. Y cuando nada de esto fuera: ¡qué de bienes no ha hecho la sabiduría a los Estados para que ellos reconoz– can sus beneficios, asignando a la privilegiada clase de sus sacerdotes una renta decorosa, así como la obtienen otros en profesiones ¿acaso menos nobles? -El 49 medio es el ejercicio libre de la imprenta: cues– tión que ya no debe examinarse con respecto a _su necesidad absoluta, sino sobre si es o no conveniente al estado actual de las asociaciones políticas. Pues, o se considera la prensa como un derecho, o como una garantía. Si lo primero, todo ciudadano tiene facultad irrevocable de proponer mejoras, de indicar reformas, en una palabra, de promover la perfectibilidad de las instituciones públicas. El ciudadano es un hijo de la familia social, y le cumple intervenir en los actos nacionales por todas aquellas vías que no estén en oposi– ción con la delegabilidad del poder representativo, que, entre otras, es el libre uso de la prensa. Mas, si ésta es una garantía: -¿c6mo decla– rar imprescriptibles los derechos individuales, no concediendo junta– mente el medio de reclamarlos, o más bien, cómo negar la única salva– guardia de su inviolabilidad, cual es apelar ante la opinión pública, bien de las injusticias, bien de los errores de aquéllos a quienes, por otra parte, ha investido la ley con el poder directivo de la nación? Pero, des– cendiendo .al verdadero punto de la cuestión: -¿quién negará que la presente posición de los establecimientos sociales demanda imperiosa– mente este libre uso, sin que sea bastante a combatirlo razón alguna? La civilización ha penetrado en todos los pueblos, casi todos ellos es– tán ocupados de la gran contienda de su soberanía, y no hay cuestión política que no se refunda en la del contrato social? ¿Cómo, pues, con– tener la expansión de las ideas liberales; cómo obstruir su canal ordi– nario, cuál es el de hablar sin el freno que por tantos siglos hicieron enmudecer a la razón; cómo, en fin, hacer que retrograde el orden cons– titucional, sofocando en la imprenta su natural velúculo? Mas, esto no
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