Primer Congreso Constituyente
330 PRIMER CONGRESO CONSTITUYENTE quiere decir que tenga una libertad sin límites; antes bien se propone la necesidad de una ley reglamentaria, la que, si de una parte exige cla– ridad y precisión, pide por otra que los · refractarios del recto uso de la prensa, deban ser castigados con el último rigor, salvas, desde lue– go, las formalidades legales; debiendo depender éstas de prácticas fi– jas y de la dirección y conocimientos de jueces imparciales, acerca de lo cual deliberará el Consejo con la circunspección que le caracteriza. Ultimamente, sin la inviolabilidad de las propiedades intelectuales quedaría defraudado el derecho más sacrosanto del hombre, cuál es el de gozar exclusivamente de una utilidad que propiamente puede lla– marse suya. Las demás adquisiciones, frutos de un trabajo corporal, sin embargo de que parecen comunes, por la multiplicidad de medios con que se logran, siempre se reputan sagradas, porque el hombre, en su incorporación a la sociedad, no pudo renunciar, como inherente a su naturaleza, la aptitud industrial con que torna en su provecho los re– cursos humanos. Con mucha mayor razón deberán serle, pues, respe– tadas aquellas propiedades que emanan de una dote especial que el cie– lo concede en la claridad y perspicacia de lo que llamamos talento. Por lo demás, la Comisión cree que planes y reglamentos genera– les uniformen la enseñanza, insistiendo sólo en que todos los pueblos de la República logren la instrucción necesaria, tanto porque les es un derecho indisputable, como porque, naciente todavía el Estado, necesi– ta de que los padres de la patria se contraigan de una manera muy par– ticular a este objeto, certificándose de que el pueblo más pequeño ha conseguido siquiera una escuela para su instrucción primaria, y que la capital de cada Departamento tiene una Universidad bien organizada para el estudio de las ciencias. El último medio de afianzar el Gobierno es la observancia de las leyes fundamentales que lo constituyen. Sin ella todo es inútil, y me– jor sería que ni los pueblos dictasen sus leyes, ni que se afanasen por crearse instituciones. Y éste es el punto capital de que va a depender la conservación y engrandecimiento de la Repí1blica, o su total ruina, por no decir la vergüenza de no poder hacer cumplideros los votos de un pueblo que se ha puesto en el rango de los libres. Debilitado el vi– gor de alguna de las leyes fundamentales, se ha puesto la primera ba– se de desmoralización al pueblo; por consiguiente, es un deber de la Representación Nacional examinar antes de todo las infracciones de la Constitución, sin que quede en pura teoría la responsabilidad de los infractores; así como es obligación de todo ciudadano reclamar el cum– plimiento de la carta de sus libertades, y de todo funcionario público invocar al Ser Supremo como testigo de su fidelidad a la Constitución, al tomar posesión de su cargo; que si bien, por .desgracia nuestra, al
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