Quinto Congreso Internacional de Historia de América
TÚPAC AMARU., TÚPAC CATAR!, TOMÁS CATARI 165 los Virreyes. Para acogerse al perdón real, muchos, en diversos sitios, no vacilaron ante nada, sacrificando aun a héroes. vendiéndolos al am– paro de recompensas pecuniarias y a veces sólo honoríficas. Por tración fue también entregado otro de los grandes de la sublevación: Pedro Vilca A paza. El formidable jefe azangarino, que había seguido guerreando durante los primeros meses de 1782, fue tam– bién vilmente traicionado y acabó descuartizado. España se vengó de las derrotas sufridas frente a Vilca Apaza condenándolo a ser des– cuartizado, lo que no se logró, tal vez por la fortaleza del jefe indio dado que hasta ocho caballos se puso en la ejecución. De cualquier modo, en siiencio asistieron muchísimos indios al bárbaro suplicio y ni siquiera se enardecieron cuando con valor, a punto de ser degollado, se dirigió a ellos diciéndoles con traza de antiguo titán: "Por este Sol aprended a morir como yo". Una de las más complejas trabas afrontadas por los caudillos fue el bajo nivel político de los indígenas. Curioso resulta verificar que siendo una rebelión dirigida por hombres que se identificaban con las mayorías, éstas no siempre los siguieron; al contrario, arrastradas por el fanatismo que la mayor parte de los sacerdotes propagaban, hasta combatieron con saña esa revolución que se proponía dar tierra y jus– ticia. Otros factores fueron el temor a las feroces represiones realistas y, paralelamente, las ofertas de tierra y exoneraciones parciales de tributos que hicieron los funcionarios virreinales ( 39). Dirigentes hubo en peligro de muerte por turbas de indios rea– listas o de indios amedrentados ante la represión hispánica. La misma cacica Tomasa Tito Condemaita, heroína de la gran rebelión, estuvo a punto de ser linchada y se quemó su casa; incidente este último no bien precisado (33). Grandes líderes como Alejandro Calisaya fueron eje– cutados por sus seguidores "abandonado de los suyos, fue arrestado y ahorcado por los mismos indios" (37) bien entrado el año de 1782. Esas masas sublevadas exigían a veces reivindicaciones inme– diatas; en medio de las tensiones demandaban a veces el pago de sus soldados. Micaela Bastidas, exasperada, llegó a decir, cierta vez a José Gabriel, que esos indios "como habrás reconocido solamente van al interés y a sacarnos los ojos de la cara" ( 34). En verdad, para nadie habría resultado fácil conducir esas ma– yorías sedientes de justicia y con un odio acumulado en dos siglos y medio de opresión. Veía también con claridad las indecisiones de esas masas ate– morizadas por siglos de humillación: "los indios no son capaces de moverse en este tiempo de tantas amenazas" dijo ella en misiva es– crita a José Gabriel cuando las vacilaciones en torno al Cuzco {35).
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