Quinto Congreso Internacional de Historia de América
546 CÉSAR PACHECO VÉLEZ En las cartas posteri9res le pregunta si el correo de Lima ha traído noticias de su Judicatura de Alzadas o de alguna de las asesorías a las que postula Calero (38) . Don Jacinto Calero Muñoz y Moreyra, que al parecer formaba entonces parte de la comitiva familiar de Baquíjano en Cádiz, bastante reducida respecto de Ia de Madrid, era su viejo amigo y compañero de labores en el Mercurio Peruano. Juntos habían solicitado favores a Car– los IV para los miembros de la Sociedad Amantes del País de Lima y juntos habían llevado las responsabilidades editoriales de la célebre publicación limeña ( 39) . Y como miembro dd claustro sanmarquino, Baquíjano había informado favorablemente al Virrey sobre los méritos del editor del Mercurio ( 40) . Calero era limeño, abogado de su ilustre Colegio, catedrático de la Universidad de San Marcos. Fue luego Ase– sor de la Tesorería General. de la Intendencia de Lima. de la Casa de Moneda, de la Aduana y del Estanco del Tabaco, entre 1802 y 1821 (41). Sin duda Calero acompañó a Baquíjano en todas sus vicisitudes durante esta larga estación gaditana. Nájera era también su agente madrileño y esto explica la presencia de dos cartas de Calero ( 42) entre las de Baquíjano. Por cierto que las cartas de don Jacinto son más explícitas y extravertidas que las de don José. UN SUELDO QUE NO LLEGA Entre abril de 1799 y fines de enero de 1800, hay en el conjunto que publicamos ahora unas veinte cartas de Baquíjano a Nájera. La preocupación más constante que ellas revelan es la de obtener su sueldo como Alcalde del Crimen numerario de la Audiencia de Lima. asunto– que se retrasa por la mala interpretación que se ha dado a su nombra– miento en el Consejo de Indias. EJ Oidor de la Audiencia de Lima, don Tomás González Calderón había sido trasladado por razones de salud a la Audiencia de México, pero con plaza supernumeraria; la primera plaza que quedara vacante en este tribunal no debía ser pro– vista para que no se excediera el número de ministros con que esa Audiencia estaba dotada. La plaza que González Calderón dejaba en Lima la ocupaba don Mantiel Pardo y Rivadeneyra, el Alcalde del Crimen más antiguo, y su plaza, en fin, era la que ocuparía Baquíjano, sin derecho a goce de sueldo hasta que no se produjera una doble va– cancia en México y pudiera González Calderón cobrar el suyo. El te– ma mortifica permanentemente a Baquíjano. Cualquier noticia que re– obe sobre ascensos y cambios en las magistraduras indianas, da pie para que reitere a su agente sus precisos encargos. Una vez es la no– ticia de que se crea la Audiencia de Yucatán ( 43) la que le ofrece la
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