Quinto Congreso Internacional de Historia de América

JOSÉ BAQUÍJANO Y CARRILLO EN CÁDIZ 557 tezco sino corresponder a los que me han dado tantas pruebas de su amistad" (99) . Y. en fin, de sus sentimientos religiosos son testimonio sus fre-– cuentes apelaciones a Dios: "Dios nos consuele" ( 100); "Dios lo re-– medie todo" (101); "Dios remedie tántos males" {102); ''Dois quiera minorar tanta angustia" ( 103). Al borde mismo de sus cincuenta años Baquíjano había vivido en Cádiz días inciertos de estrechez, peligro y dolor, a los que no es-– taba acostumbrado y que le dejaron, sin duda, honda huella. Su vida no había sido en verdad difícil: hijo de un matrimonio en el que conver,.. gían la vieja aristocracia virreinal peruana, con sus preeminencias y privilegios, y la prosperidad de la nueva burguesía comercial, llegó a ser en su tiempo el intelectual más destacado del Virreinato del Perú. A los treinta años el destino le había deparado en su patria una posi-– ción casi protagónica: la de dar el primer inequívoco testimonio de la conciencia y voluntad peruanas de libertad y autonomía. Es cierto que el célebre Elogio de 1781, y sobre todo su impresión y difusión. le había ocasionado gravísimos problemas en la metrópoli, porque el Vi-– sitador Areche y otros funcionarios indianos denunciaron en Madrid esa pieza como la más virulenta impugnación del sistema español en América. Es cierto, que ese incidente y su frustrado intento de reformar la Universidad de San Marcos, en 1783, detuvieron su expectante ca-– rrera universitaria y judicial. Pero es cierto, también, que a partir de 1790 vuelve a brillar su estrella, a raíz del prestigio que alcanza -no empece las negativas calificaciones que habían estampado los funcio,.. narios metropolitanos en sus solicitudes- como presidente de la Socie,.. dad de Amantes del País, de Lima, y principal redactor del celebrado Mercurio Peruano. La amistad y la generosa aunque fugaz protección de su maestro Jovellanos le permite alcanzar las primeras posiciones en la magistratura indiana y dar los lúcidos y firmes pasos hasta lo-– grar su desiderátum: una plaza de oidor en la Audiencia de Lima. Ese preciso momento de su vida y de su carrera es el que ilus-– tran las cartas que publicamos. En rigor, a los cincuenta años de edad. con una temprana madurez, con prestigio y prestancia excepcionales en la sociedad limeña y con una sólida posición económica, Baquíjano no tenía motivos para quejarse de su destino, a pesar del duro trance de estos años en Cádiz. Más aHá del Atlántico lo esperaba en Lima la apoteósica culminación: a partir de 1807 sería el tercer Conde de Vistaflorida, el oidor limeño y el catedrático sanmarquino de mayor autoridad y aureola; incluso la figura afable, simpática, dadivosa y popular que lo convertiría en un personaje de primera fila en los crí– ticos momentos del gobierno del virrey Abascal. En esos años finales su

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