Relaciones de viajeros
88 ESTUARDO NUREZ En cuanto al reemplazo de los soldados de la división del Perlí, respondió que este asunto se trataría de gobierno a gobierno. Sobre el último asunto, el más importante de todos, él aseguró al general San Martín la simpatía de Colombia por el Perú, prometiéndole dis– traer dos mil hombres de su ejército, que se los enviaría bajo las órdenes de uno de ·sus lugartenientes, dado que, en cuanto a él, Presidente de la República, no podía alejarse de los límites de su territorio. Hasta entonces, San Martín había hecho mucho más por la in– dependencia de la América española que el libertador de Colombia. Había ayudado a organizar la Repú~lica de Buenos Aires, constituí– do la de Chile, y libertado casi completamente al Perú de la presencia de los españoles, quienes no tenían posesiones sino en el interior, en tanto que Bolívar acababa de terminar la guerra de Colombia, más por sus generales que por obra de él mismo. Páez, en Carabobo, pese a que Bolívar hubo mandado allí en persona, había sido el héroe de esa jornada, y Sucre había ganado la batalla de Pichincha, a la cabe– za de las tropas colombianas y peruanas. Estas consideraciones no pesaron más que el amor sincero y pro– fundo que San Martín había consagrado a su patria. "Yo combatiría bajo sus órdenes, le dijo a Bolívar con la abne– gación más noble. Para mí no existen absolutamente rivales cuando se trata de la independencia de América. Estad seguro de ello, gene– ral, y venid al Perú. Contad con mi sincera cooperación; yo seré vuestro lugarteniente". Bolívar no pudo creer en tanto desinterés, vaciló, y por fin se negó a tomar compromiso alguno frente al Protector; viendo ésté la imposibilidad de inspirarle una confianza completa, decidió regre– sar al Perú, a fin de tomar allí una resolución en consonancia con las necesidades del momento. Tales fueron los resultados de esta entrevista que debió haber decidido de la suerte de América, como en otros tiempos, la entre– vista del Niemen decidió de la suerte de Europa. Durante la ausencia de San Martín, habían ocurrido en Lima acontecimientos bastante graves. El pueblo, exasperado contra el mi– nistro Monteagudo, lo había expulsado del País. El marqués de To– rre-Tagle, incapaz de gobernar, no había dado fuerza ni regularizado la administración. Los enemigos del general hacían correr el absurdo rumor de que aspiraba a ser rey. Esto afectó vivamente a San Mar– tín, y tomó una determinación extrema, que fue condenada por todos los verdaderos amigos de América, pensando que se había enorgulle– cido de su virtud, siendo calumniado por sus enemigos, que decían
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