Relaciones de viajeros
206 E.S'TUARDO NU~EZ patio de la casa, las cargamos con equipajes, dinero, libros y algunos muebles, y conseguimos un oficial que las acompañase en la salida de Lima, donde a menudo el guardián extorsionaba inmensas sumas de dinero para dejar pasar equipaje. A eso de las doce salimos para el Callao, en carruaje las mujeres y yo a caballo. El camino estaba lite.,, ralmente atestado de toda clase de vehículos, caballos cargados, mu– las, pollinos y peatones. El Callao estaba lleno de gente, aunque toda.,, vía miles se encaminaban allá. Nos embutimos en una casita de ne– gocio perteneciente a míster Robertson en el Callao, con la intención de refugiarnos a bordo, lo que en tales circunstancias sería preferible a vivir en tierra. El día siguiente trajeron de Lima informes numerosos y contra.,, dietarios: algunos decían que el enemigo estaba en las puertas; otros, difíciles para creer, repetían que al fin no se trataba más que de una excursión de pillaje de los españoles, que ya estaban en retirada. Resolví ir a Lima el 17 para saber, si era posible, la verdadera situación. El camino estaba aún atestado como el 15; pero la mayor parte iban a pie, medio desmayándose en el camino, particularmente las mujeres, pues era imposible alquilar animales para conducirlas. De esta manera encontré respetabilísimos ingleses así como nativos, y entre otros extranjeros, al juez Prevost, enviado norteamericano. A medio camino encontré la vía tan enteramente bloqueada que fue imposible avanzar y vime forzado a salir. La presión extrema era ocasionada por un batallón de cívicos que llevaban al Callao a los pobres peninsulares prisioneros que no se habían escondido en Lima. · Debe ser ciertamente endurecido quien no se apiade de estos míseros, muchos de familias nobles. ¡Qué contraste con su estado originario, cuando tenían las riendas del gobierno peruano! Orgullosos, insolen– tes y despreciativos de los criollos, como despectivamente llama– ban a los americanos, disfrutaban todas las riquezas de la tierra: ¡cuán a menudo se habían precipitado a este mismo camino en sus caballos vistosos, o reclinados en fastuosas calesas, para visitar la chacra o divertirse con amigos en Bellavista! y ahora, míseros, des– preciados, a medio vestir y aguijoneados por los mosquetes de rudos milicianos que antes los miraban casi como de raza superior. Entrando en la ciudad encontré las calles desiertas: en efec– to, la plaza estaba semivacía, y muchas familias respetables se ha– bían refugiado en los conventos para librarse de esperados ultrajes a la llegada del ejército realista. Visité a los amigos que resolvieron quedarse en Lima, y eran los que no se habían ideÚtificado de ningún modo con la causa patriota. Los comerciantes que habían emigrado dejaron dependientes a cargo de sus almacenes y mercaderías. Se
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