Relaciones de viajeros
210 ESTUARDO NU.~EZ dos mal provistos. Las quejas oíanse con avidez por muchos diputa– dos que a la sazón sesionaban en una capillita del Callao, y nombra– ron al general Sucre gobernador de los castillos. Este proceder irritó a Riva Agüero que por ese tiempo vivía en los castillos. El general Sucre, sin embargo, no se detuvo allí; pues más adelante manifestó que sus disposiciones para proseguir la guerra se inutili– zaban al no ser aprobadas por el Presidente que nada entendía en cuestiones militares. En consecuencia se suscitó un debate largo y muy acalorado en el Congreso, durante el que los partidarios de Riva Agüero se mantuvieron firmes; pero sus enemigos eran también nu– merosos y se sancionó que el general Sucre tuviese el mando supre– mo, político y militar, en la parte del país amenazada por el enemigo, hasta el arribo de Bolívar. Esta resolución, como es natural, con– cluyó con el poder de Riva Agüero en el Callao, quien se dirigió por escrito al Congreso renunciando la presidencia y pidiendo pasapor– tes. El Congreso, sin vacilar un momento, aceptó la renuncia y le acordó permiso para ir donde quisiera, después de rendir cuentas debidamente, y entregar los documentos públicos, etc., que tenía en su poder. Sin embargo, el mismo día siguiente, el Congreso resolvió trasla– darse y fijar el nuevo asiento del Gobierno en Trujillo, volviendo a nombrar a Riva Agüero y pidiéndole fuese con los diputados. Sus amigos le persuadieron que accediese a este arreglo; y el general Sucre quedó en el Callao al mando de las fuerzas. Congreso y presi– dente se embarcaron el 26 de junio, en compañía de numerosos emi– grantes. He anticipado así, en cierto modo, mi relato, para completar el curso de las intrigas de Riva Agüero, Sucre y el Congreso, que después dieron resultado tan triste para la paz del Perú. Ahora con– tinuaré donde lo dejé. El 19 de junio llegaron dos transportes con seiscientos hombres procedentes de Guayaquil, y Bolívar era esperado cada día. Por la noche nos alarmó el rumor que Lima estaba en llamas; todos los habitantes salieron corriendo del Callao para ver, y en verdad se ob– servaban numerosas fogatas en todas direcciones y muchas conjetu– ras se hacían acerca del origen. Quienes tenían casa y bienes en Lima sentían ciertamente que el incendio era positivo; pero muchos otros estaban persuadidos de lo contrario, y resultó que las luces proce– dían solamente de los fogones del ejército español acampado entre Lima y el Callao. Con las primeras luces de la mañana, el 20 vimos que el enemigo había tomado posiciones sobre una fila de cerros artificiales, restos de construcciones o cementerios de los antiguos indios. Era sitio
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