Relaciones de viajeros
220 ESTUARDO NU~EZ hubiese pedido dinero, prorrumpiendo en grandes exclamaciones. Por fin, oí que el coronel Lavalle, al mando de tropas próximas, de granaderos a caballo y batallón núm. 11 de infantería había requi– sado todos los caballos y por tanto a él debí dirigirme. Le visité por consiguiente, y cortésmente me otorgó pasaporte para Trujillo, po– niendo caballos del Estado a mi disposición, y ordenando a los te– nientes gobernadores de los pueblos del tránsito me facilitasen cual– quier acomodo y ayuda. Por tanto ahora esperaba seguir cómoda– mente, y llevando mi pasaporte donde el gobernador, pedíle inmedia– tamente dos buenos caballos para mí y el criado. Entonces supe que "caballo del Estado'' eran los de la pobre gente poseedora de algunas míseras bestjas, indignas de ser arrebatadas por los gra– naderos a caballo. Mandó buscar al alcalde, indio descalzo, pero, no obstante, por su empleo, personaje formal y dignificado (con gran sombrero de paja blanca y azul, que creía lindísimo, y vara que aumentaba su importancia), y después de una consulta en que hallé ser humamente difícil conseguir caballos y mucho menos bue– nos, los ministros o corredores del Alcalde, fueron enviados para requisar los que encontrasen. Después de esperar bastante tiempo, dos o tres mancarrones con lomos lastimados, y puntas (aunque no las buenas) muy discer– nibles, se trajeron para que eligiese; el gobernador me informó que irían solamente hasta una legua de Huaura, donde encontraría abun– dancia de buenas caballos. Necesitaba, en efecto, librarse de mí a cualquier precio, y, dadas las circunstancias, difícilmente puede vitu– perársele. Como solamente había una silla y brida, lo difícil ahora era conseguir montura para mi criado. Averigüé si habría alguna "del Estado" y me dijeron comprase una silla vieja por la que pagué el doble de su valor, pero en ninguna parte podía conseguir brida o estribos. Los ministros del Alcalde, por tanto, se pusieron de nuevo a la obra, y sacaron el freno al caballo de un~ pobre mujer a quien, sin embargo, pagué en la misma proporción que por la silla. Al fin montamos, después de obligar a un indio que nos sirviera para correr a nuestro lado como guía y regresar con los caballos. Sin embargo, pronto alcanzó un conocido que llevaba el mismo camino y montó en ancas. Los indios primitivos aprovecharon todas las corrientes de la cordillera y, llevándolas desde sus fuentes por innumerables riachue– los, las han utilizado de la manera más económica en el regadío de sus tierras y toda la costa del Perú, desde el desierto de Atacama hasta su confín norte, es desierto arenoso y seco, excepto donde al"' gún río baja de las montañas al mar. En su cercanía se produce el
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