Relaciones de viajeros

RELACIONES DE VIAJ:t!.ROS 225 en cada inundación proveniente de lluvias o deshielo. La cercanía de Pativilca es de las muy contadas excepciones, pues es de suelo pe– dregoso; pero el por qué sea diferente del resto, no me puedo expli– car. Después de arar el terreno y cruzarlo a satisfacción, los agricul– tores trazan surcos profundos, distantes dos o tres pies entre sí, para que corra el agua; luego dejan caer granos de maíz en el declive de tierra tapándolos con los pies. Toda clase de granos o legumbres se siembran o plantan de esta manera, para regarlos con menos agua y más regularidad que donde se siembre en superficie lisa. Así que dejamos el campo cultivado, pasando por una pampa verde, llegamos a orillas del mar y el camino ahora va por encima de una ribera alta, pedregosa, cubierta de resaca y dientes de ballenas, arrojados por el oleaje más tremendo que nunca vi, no solamente por romper con tanta violencia en la orilla, sino por internarse lejos en el mar; en más de una milla el agua era una sucesión de olas re– vueltas que parecían unirse al aproximarse a la orilla, de donde re– trocedían con sonido, a lo lejos. semejante a descargas tremendas de artillería. En esta parte del camino se encuentran dos ruinas notables de los antiguos indios, llamadas fortalezas; la mayor está en el extremo de un llano, al pie de algunas montañas rugosas, como a una legua del mar. Ofrece aspecto de gran masa cuadrada de tapia, en forma de pirámide truncada con amplios escalones. Aunque sin duda muy antigua, no parece haber sufrido materialmente, pues todos los la– dos son cuadrados y los ángulos' filosos. Está cubierta en parte con una especie de estuco en que todavía se ven extrañas representacio– nes coloreadas de pájaros y bestias. La otra ruina está sobre una roca altísima que se proyecta en el mar, accesible solamente por el lado de tierra, y eso muy difícil; parecía en estado mucho más rui– noso que la otra. Es tradición que desde esta altura los indios, en la época incaica, solían precipitar los criminales condenados, como los romanos desde la roca Tarpeya. Después de pasar junto a una laguna salada, donde todavía existen ruinas de obras utilizadas por los españoles, entramos en un largo arenal llano, en la actualidad perfectamente estéril, pero que, por los restos de acequias y escombros de casas, es muy claro que el cultivo lo cubrió antes con su verdor. Parece muy probable que las ruinas indias que acabo de describir fueran estructuras perte– necientes al Inca, levantadas en un país populoso. Si el agua que an– tes alimentó estas acequias ha faltado por completo, o si los escasos habitantes actuales son demasiado indolentes para tomarse el tra– bajo que se aplicó a este suelo, no puedo determinarlo; pero estoy

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