Relaciones de viajeros

230 ESTUARDO NU.&EZ Estaba evidentemente lejos de ser feliz sin más sociedad que el cura, y había un delicado lamento en su tono y maneras que desper– taba hondísima simpatía; nada pude saber de su historia. Nos pre– paró té conduciéndose con mucha gracia natural; pero noté en el cura un modo autoritario muy ofensivo para ella. He explicado, al referir la última jornada con regular extensión, la clase de viajes en estos arenales desiertos; todos se parecen mu– .chísimo, menos el camino de hoy, aún más pesado y fatigoso. A cua.. tro leguas de Guarmey, un charquito de agua mala, rodeada por po– cos arbustos, llamado Las Culebras, fué el solo sitio de tierra firme encontrado ~n todo el día. Como tenía gran horror de que los caba– llos se aplastasen en el camino, empecé a marchar muy despacio, y completamente obscuro llegamos a Casma. Mi intención era andar toda la noche, si fuese posible, y presenté los pasaportes al teniente gobernador, rogándole me despachase inmedatamente. Me informó no haber un animal en el pueblo, perteneciente a particulares, que sirviese a mi objeto, y que tenía órdenes estrictas de no requisar en servicio del Estado los caballos de posta. Alegremente alquilé caba– llos de posta al precio usual; pero hallé que vendría la mañana sin :poder partir, pues los animales pastaban a distancia considerable. Por tanto, me vi forzado a permanecer algunas horas en Casma. En el cuarto que ocupé estaba también un oficial y así que mi guía lo vió, acusóle de haber robado algunos caballos en Guarmey esa mañana, y entregó una carta al gobernador de Casma, de una persona de Guarmey que constataba el hecho. Parecía que el oficial, no contento con los caballos del Estado que se le habían facilitado en Guarmey, había mandado dos o tres soldados, de noche, para apoderarse de otros, con intención de llevarlos a Trujillo, y allí qui– zás venderlos por su cuenta. Oyó la acusación _como cosa natural, pero después de discutir, debió entregar los caballos. Salí de Casma a las cinco de la mañana con caballos excelen– tes, pagándolos a razón de seis peniques por legua cada uno; y co– mo marchaba muy ligero llegué a Nepeña, por diez leguas de are– nal, en cinco ho:ras, trabajo horriblemente duro para los animales. Aquí me lavé y mudé ropa blanca por primera vez desde la salida del Callao. Encontré al gobernador, un realista muy incivil, e informán– doseme también que trataba mal a los oficiales y soldados que de– pendían en absoluto de su protección, se lo dije al Presidente cuando llegué a Trujillo, y se envió reemplazante. Ner eña nada tiene digno de mención y de allí me proveyeron caballos para Santa, distante ocho leguas.

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