Relaciones de viajeros
RELACtONES f>E VIAJE.RbS 241 llos de posta estuviesen listos a la madrugada, pero no pudimos salir hasta las siete. Yo y mi guía teniamos excelentes caballos, y el arriero una linda mula que le costó 150 duros; de modo que anduvi– mos acaso más ligero por el horrible camino, que cuando lo pasa– mos antes en las cansadas bestias que ya he mencionado. Nada puede ser más triste que este país; el camino está cubierto con hue– sos y osamentas de animales que han perecido y, de cuando en cuando también se encuentran despojos de sillas y aparejos de algún infeliz viajero que se vio forzado a dejar perecer el animal y hacer a pie el resto de la fatigosa jornada. Mi compañero me refirió que algunos años antes recorría este camino y, habiéndose extraviado, anduvo absolutamente vagando tres días en que la mula nada tuvo que comer y beber y él mismo poquísimo. Las mulas son los mejores animales para viajar en desiertos salvajes, pues son mucho más re– sistentes, viven más tiempo sin alimento y sufren mejor el calor, que el caballo. Sin embargo, hay una desventaja; una vez parada la mula cansada, nada hay que la haga mover, mientras el caballo seguirá literalmente hasta caer muerto debajo del jinete. Entramos en Pativilca a las siete después de recorrer veintidós leguas en doce horas, extraordinaria velocidad en tales caminos. Dor– mí donde un inglés que tiene tienda al menudeo y siempre alberga a los paisanos que pasan; es un ingenuo hombre honrado, y ha residido treinta años en Sud América. Su historia es algo interesante. Llegó al Perú vía Panamá como payaso de una compañía de volati– neros ingleses. Cuando la compañía se deshizo y algunos volvieron a su tierra, resolvió quedarse en el país y estableció panadería para lo que había sido educado en Inglaterra, ejerciendo el negocio casi en toda Sud América. Vivió sucesivamente en Cuzco, Arequipa y La Paz, y en este último eligió es;posa. Me dijo que continuaban mu– dándose en el país, pues resultaba que luego de saberse que había juntado alguna platita los habitantes se la robaban. A las ocho de la mañana siguiente me despedí del amigo inglés, don Julián Campos (como le llamaban los nativos por haberles él dicho que su nombre materno era Field), y llegamos a Huacho a mediodía, después de andar diez leguas. Encontré la misma escasez de caballos experimentada antes, a pesar de expresar mi voluntad de pagar cualquier suma por ellos. El alcalde mandó sus ministros y, como a las cinco, me trajeron algunos macarrones deplorables, en que partí con mi guía; no obstante, los animales eran tan lastimo– samente malos que a las dos leguas nos plantamos. Por tanto no tuve más que volver a Huacho y tratar de conseguir otros mejores El gobernadorcito antes descripto volvió a disgustarse por verme
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