Relaciones de viajeros

REUCIONES DE VIAJEROS 245 retaguardia al osado enemigo, y este designio se cumplió. Al regre– sar este grupito a Pescadores vieron fuerza española muy superior pronta a recibirlos, y el teniente en el acto exhortó a sus hombres a perecer antes que entregarse prisioneros. Llenos de recuerdos del éxito de sus camaradas en expediciones análogas, a una voz asintie– ron, y cargaron con ímpetu sobre el enemigo que, deliberadamente, esperó el ataque. Dos hombres y el oficial de los patriotas so]amen– te escaparon y, cubiertos de heridas, saltaron al mar, siendo afortu– nadamente salvados por un bote. De aquí el origen de las medallas a los vencidos en Pescadores. Después de descansar y1comer pescado volví a montar y me uní a un oficial y su esposa salidos de Huacho por la mañana, que iban a Chancay. La dama cabalgaba como hombre, según usanza del país. Pasamos algunos horrendos cerros altos de arena, y luego llegamos a vista del fértil valle de Chancay, ahora convertido en desierto por la ocupación alternada de los ejércitos realista y patriota; estaba completamente seco, como el arenal que lo rodeaba, y el regadío del todo abandonado. Luego de presentar mis respetos al goberna· dor, enfermo en cama, bondadosamente dispuso facilitarme caballos. Cené chocolate y huevos y me acosté a dormir sobre un banco hasta las cuatro de la mañana, cuando me levanté y desperté al guía con– tratado previamente, que dormía enfrente de la casa con los caballos. Salimos completamente obscuro, pero como el caballo iba entre potreros, no tuvimos dificultad ninguna para encontrarlo. Dejando el valle pasamos una cadena de altos cerros empinados, cubiertos por la camanchaca, de los cuales ~ de noche y sin gran cuidado, el viajero se precipitaría al mar. Tuve el placer de entretenerme todo el cami· no con mi guía que refirió numerosos robos recientes sufridos por los emigrantes que retornaban a Lima. Parecía tan seguro que nos detendrían, que creí más prudente entregarle el dinero que llevaba, reservando solamente una suma pequeña que suponía satisfaría a los reclamantes. Me informó haber pasado pocos días antes por este camino con un oficial y que les habían hecho fuego despojándoles de todo lo que llevaban. Habíamos alcanzado un hombre en una mula tordilla con quien nos acompañamos hasta aclarar; pero como su ani· mal no marchaba tan ligero como yo deseaba, le dejamos atrás. Al bajar un largo cerro, observé a mi guía ser extraño que tan pronto hubiésemos perdido de vista al compañero, y el indio repli– có que temía hubiera sido perseguido por ladrones. El guía espera– ba evidentemente se le hiciese fuego cada momento y estaba no poco alarmado volviendo atrás la cabeza vio dos individuos de aspecto sospechoso bajando rápidamente el cerro en nuestro seguí-

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