Relaciones de viajeros
RELACIONES DE VIAJEROS 253 vestido en Lima se presta a intriga y galantería y las damas con fre– cuencia se ocultan en sétyas muy andrajosas cuando desean pasar desapercibidas. En tales casos la manera de distinguar la dama dis– frazada de la mendiga es a menudo por los pies; tpues cualquier pena que una mujer sufra para disfrazarse, generalmente es tan vanidosa de la pequeñez de su pie y bien torneado tobillo, que la delicada media de seda o el zapato nuevo de raso, a menudo denunciarán una bella intrigante. Sin embargo, la mendiga más pobre de Lima des– deñaría usar medias de algodón o estambre; y aunque parezca in– creíble, he conocido una mujer que gastaba diez y ocho peniques en lavar un par de medias de seda, cuando efectivamente carecía de pan. La siguiente, en efecto, es la razón del inmenso número de medias de seda importadas al Perú con medidas masculinas casi todas; a las limeñas les gustan largas ele pierna, pues cundo el pie se gasta se las sacan, cortan el pie viejo y chapucean algo en forma de uno nuevo. Si las formas de una dama no fueren tan atrayentes como ella desea, recurre a caderas postizas y aun a falsas protuberancias tra– seras; y la figura así artificialmente rellena, o naturalmente redon– deada se denuncia primorosamente por la saya ajustada en todas partes. El extranjero se sorprende del magnífco, o más bien lascivo balanceo en el caminar de la limeña; y su tout ensemble, con un ojo negro atisbando del manto en busca de admiración, da al principio noción desfavorable de la moralidad y discreción de las beldades limeñas; esta impresión acrece encontrándolas siempre solas y por tanto con oportunidad para llevar adelante sus "empresas amo- " rosas . Generalmente son de buena figura, caras vivas e inteligentes, índole bondadosa y amable; y, si se agregara la educación a estas ventajas, se convertirían en adornos de la sociedad ilustrada y ellas mismas contribuirían a mejorarla. Como he anotado ya, se enorgulle– cen especialmente de sus pies, en verdad pequeñísimos por naturale– za, pero los achican por el arte. Desde la infancia usan zapatos su– mamente ajustados. Con frecuencia he visto gruesas señoras mayores que aún conservaban su vanidad de mostrarse con zapatos tan peque– ños que el tobillo y la carne rebasaban y ocultaban mucho del pie. Los zapatos son uniformemente de raso de color y renglón muy caro en los gastos de una dama; pues por la pequeñez de sus dimensiones y fragilidad del material, no pocas veces revientan la primera vez que los usan. Dentro de casa las damas no llevan cofia u otro abrigo en la cabeza, y se peinan de una trenza que cuelga sobre las espaldas
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