Relaciones de viajeros
RELAC10NES DE VIAJEROS 255 Las limeñas nativas, aunque defectuosas por falta de educación, tienen numerosas buenas cualidades que fácilmente se convertirían en virtudes; entre otras, un alto grado de afabilidad, y bondad sen– cilla de corazón. Mi esposa, casi la única inglesa en Lima, como es natural, por la novedad del vestido y aspecto, excitaba gran curio... sidad muy desagradable; pero aunque frecuentábamos la calle casi a todas horas, nunca recibimos el mínimo insulto, resultando nues– tro principal inconveniente los abrazos de las mujeres que con frecuencia la tomaban de la cintura en plena calle o se detenían para admirar y examinar el vestido. Al principio acostumbrábamos pasear con nuestro hijito, pero éramos detenidos por gente afable, que lo entraba corriendo a sus casas con exclamaciones de qué precioso, qué bonito, etc., que a veces nos veíamos en figurlilas para sacar– lo, y por fin nos vimos obligados a dejarlo en casa, aunque él gus– taba pasmosamente de la atenciones que recibía. La mejor clase de mlfjeres se contentaban con ponerse al lado de la vereda y escuadriñarnos con gran seriedad. Las damas limeñas, como puede suponerse, son dueñas de casa sumamente malas; en efecto, esto no forma parte de su educación, y nunca se interesan en lo mínimo en las ocupaciones domésticas, siempre lastimosamente manejadas por algún esclavo favorito o ma– yordomo. Acaso no hay mejor manera de dar noción del modo en que se pasa el tiempo en Lima que detallando la vida diaria de una muj er de familia respetable. Para que se me entienda mejor, primero describiré brevemente la clase de casas en que residen, y tomaré aquella en que vivíamos como modelo de las habitadas por la burguesía. Antes he dicho que todas las casas en las grandes ciudades sudamericanas se construyen formando patios a que dan la mayor parte de los cuartos. El cua– drángulo por consiguiente se puede dividir fácilmente en dos casas separadas, y esto sucede con frecuencia, teniendo cada lado su entra– da independiente y escalera a los altos. Ocupábamos las habitacio– nes de la derecha del patio, pues la familia propietaria ( 1) retenía el lado opuesto y la parte que hacía frente a las entradas. La entrada a su porción era por una serie de escalones que conducen a un corredor largo, dorado y coloreado, y en la cornisa, como es muy usual, inscripto un versículo de la Escritura. Del zaguán se entra a un vestíbulo grande, de cuarenta pies en cuadro, amueblado parcial– mente y destinado a las esclavas, donde trabajan y es recibida la gente que viene por negocios. En seguida de este vestíbulo hay otro (1) La casa de la familia Ramírez de Arellano, en la calle Lártiga, que fue después de Riva Agüero. (N. del C.)
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