Relaciones de viajeros

I RELACIONES DI! VIAJEROS 251 tante, así como limones o manzanitas atravesadas con clavos de olor en forma de corazones y otros artificios. No contentas con el olor natural de las flores, agréganles fragancia artificial rociándolas con agua perfumada y la vierten en su seno y el de sus amigas delante de gente. A las dos, se han ido las visitas y poco después suenan las cam– panillas para comer y se cierran las puertas de calle. A esta hora se ven los esclavos corriendo a las pulperías por artículos ínfimos como sal, manteca, especia o vinagre. Nada por el estilo compran las familias hasta el momento de necesitarlo y es natural que lo consigan carísimo. La comida, siempre servida en el cuarto más incómodo de la casa, se compone de vasto númern de platos mezclados con gran cantidad de tocino que usan con profusión en la sopa. Dos platos de resistencia son el chupe ya descripto en mi viaje a Trujillo y la olla con garbanzos o puchero, FOmo se dice en el Perú. Se compone de carne y tocino hervidos y servidos con repollo, porotos, batata, o zapallo. Los habitantes de Lima consumen en la comida mucho ají, pero no conocen la mostaza. Después de comer, la familia se queda largo rato tomando con– servas que son sencillamente dulces, con casi ningún sabor a la fruta, acompañados con grandes libaciones de agua pura. Poco después se hace venir la calesa para dar un paseo en la alameda. La calesa es de dos ruedas que, en vez de estar debajo la caja, van tan atrás, que el peso descansa en gran parte sobre las varas; es tirada por una mula montada por esclavo de librea; los cojines son pintados de todos colores y a veces con paisajes. Después de dar una o dos vueltas por la alameda, la calesa se pone a un lado y las mujeres se sientan silenciosas, mirando a la gente o, si bellas o de alta sociedad, se les acercan los caballeros que van y vienen por el cen– tro de la alameda montados en vistosos caballos. A veces las damas bajan de las calesas para pasear por las veredas o apoyarse negli– gentes en los bancos de ladrillo. Otra diversión, más tarde, es caminar hasta el puente, general– mente lleno de personas de ambos sexos bien vestidas que van para encontrarse con amigos o disfrutar la brisa del mar. Este es asimis– mo el paseo favorito en noche de luna, particularmente claras en el Perú. A un lado del puente está el silencioso valle de Lima limitado por el tranquilo Pacífico; al otro la cordillera gigantesca, magnifi– cada por la clase de luz que descansa en sus estupendas laderas y apareciendo casi suspendida sobre la ciudad; abajo se precipita el furioso Rímac, aumentado con las lluvias y rojo con la tierra arre– batada de la sierra.

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