Relaciones de viajeros
RELACIONES DE VIAJEROS 261 domine la energía del organismo y, como sucedía, desgaje los ner– vios del cuerpo humano, pues el termómetro es raro suba de los 829 F.; pero hay una suavidad y poder relajante en la atmósfera inva– riable en toda estación por falta de vientos tónicos, que, como todos los que han visitado el país pueden atestiguar, desarma la naturale– za de sus fuerzas habituales. La población de Lima, que, como antes dije, se estimaba en 100.000 habitantes, puede dividirse en tres clases: blancos, mesti– zos y negros y mulatos. La primera se compone de los descendientes directos de pobladores españoles y entran en ella las familias más respetables y ricas de Lima. Esta misma clase, sin embargo, era tenida por los españoles europeos muy en menos, y aun los hijos de padres españoles, nacidos en América, se consideraban haber perdido su rango social. La segunda clase, o los mestizos, desempeñan las ocupaciones de tenderos, negociantes y artífices bajo la denominación general de comerciantes y artesanos. Forman la porción más numerosa y útil de la sociedad y son civiles e industriosos. Los principales oficios entre ellos son sastres, zapateros, cigarreros y chocolateros. Los plateros ocupan una calle. Los negros y mulatos, de que se compone la tercera clase, son esclavos o se emplean en todas las ocupaciones penosas de la capi– tal; trabajadores, changadores y aguateros. Los negros africanos son escasos y caros, costando un buen esclavo de 80 f: a 120. Los mulatos son lindísima raza de hombres corpulentos, sumamente fuertes; pero de ninguna manera industrio– sos, pues ganan la vida muy fácilmente. Son al mismo tiempo la~ drones conocidos y frecuentan las chinganas, o casas de bebida, don– de se permiten las diversiones más tumultuosas. Son muy músicos y tocan la guitarra y una suerte de tambor hecho con pergamino en un cántaro de barro, al son del que bailan con las posturas más indecentes, mientras todos los circunstantes corean la música. De esta manera, con ayuda del licor, y el sonido aturdidor del tambor golpeado con la mano abierta, se excitan casi hasta el frenesí. No es mucho decir en favor de la moralidad y delicadeza de las damas limeñas, pero es positivo que he visto mujeres consideradas respeta– bles mirando y gozando en estas grotescas diversiones. Me informa– ron que se han conocido arrogantes virreyes, en tiempos de su prosperidad en Lima, que asistían disfrazados. No es de admirar que los limeños fuesen supersticiosos o fa– náticos hasta el último grado. Son enteramente dirigidos por sa– cerdotes cuya máxima parte son de costumbres muy depravadas.
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