Relaciones de viajeros

262 ESTUARDO NU.I'tEZ El dinero comprará la absolución de cualquier crimen; y el culto, como en otros países católicos, en vez de dirigirse a la Deidad se tributa a las imágenes que llenan los templos, cargadas por los de– votos con presentes de oro, plata y piedras preciosas. Estos pre– sentes se substituyen generalmente con oropel y vidrio pintado por sacerdotes que consumen el producto en gratificar su sensualidad y extravagancia. A tal punto el clero lleva estas depredaciones, que -· he visto un sacer dote ofrecer en venta, como oro y plata antiguos los vasos sagrados del templo; no se atrevía a tocarlos, e insistía en que el comprador los tomase con una servilleta limpia para me– tarlos al crisol. A la noche, era difícil para una mujer sola caminar por las calles menos frecuentadas sin ser víctima de sus insultos o verse obligada a presenciar [as escenas más desgraciadas y repug– nantes. De ningún modo era d esusado en Lima ver sacerdotes bo– rrachos aun de día, y su afición al vicio del juego es conocida. Mientras esta clase social holgazana y artera continúe ejercien~ do tanta influencia en la mente popular, es imposible que los ha– bitantes sean bien instruídos o vir tuosos. Una vez introducidos en la familia, se infiltran en la confianza de sus miembros, y, conocien– do sus secretos, ejercen dominio absoluto e intervienen en todo. No solamente ejer cen poder en los asuntos religiosos de familia, sino que en muchos casos asumen todo el manejo de los asuntos mun– danos. Se confía al s ecerdote la educación de los niños, y felices los padres que no tienen que ar repentirse de su confianza; son nu- ' merosos los ejemplos de sacer dotes sin escrúpulos que se sirven de las hijas de familia para sus fines mient ras enseñan a las víctimas casi a gloriarse del crimen, como si se honrasen con la santidad de sus seductores y se decargasen del pecado con su santa abso- lución. - Como prueba de la manera en que los confesores muestran el poder más tiránico en los asuntos temporales, puedo citar el caso de una joven española que nos visitaba con frecuencia y era parien– ta de la familia, parte de cuya casa ocupábamos. Admiraba mucho los vestidos ingleses de mi esposa y tomándolos por modelo se hizo algunos para su uso; pero como las limeñas no usan corsé sino en el salón de baile, no le sentaba bien en otras ocasiones. En conse– cuencia, la aconsejamos usara corsé; pero declaró francamente que su confesor no se lo permitiría. Otra vez vino a casa muy abatida por habérsele negado absolución en público, por rizar un poco el cabello de adelante, siguiendo la moda inglesa. Sin embargo, debe admitirse que, entre el clero secular particularmente, hay muchos hombres de ideas ilustradas y vidas piadosas. Uno que merece esta

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