Relaciones de viajeros

RELACIONES DE VIAJEROS 263 honorable distinción es un lindo anciano, deán de Lima, que por muerte del arzobispo y no nombrarse sucesor, desempeñaba las fun– ciones de jefe de la iglesia y residía en el palacio arzobispal. Veía mucho a este excelente dignatario y con frecuencia iba al palacio. Este gran edificio contiene biblioteca de teología antigua, ediciones viejas de clásicos, y algunos libros ingleses a que él era particular– mente aficionado y podía leer un poco. Antes he apuntado que los limeños son sumamente aficionados a espectáculos fastuosos; y las ceremonias de la religión católica tienden mucho a fomentar ese gusto. En determinados días de los santos más estimados, las imágenes se bajan de los nichos y se llevan en procesión (de que forman parte los habitantes principal– mente y el clero) a diferentes iglesias para visitar los santos veci– nos. En estas ocasiones, muy frecuentes, las calles por donde pasa la procesión se llenaban de ;multitud de gente y las ventanas y bal– cones con una fila de personas vestidas con sus mejores atavíos. Cuando la imagen pasa por delante, se derraman desde las ventanas canastas de flores en obsequio del santo, y por estas flores la tur– ba generalmente disputa y pelea y las conserva como reliquias preciosas. Todas las ceremonias religiosas se celebran con el mayor boato y ostentación. Cuando está en peligro de muerte alguna persona im– portante, se manda buscar el sacerdote para sacramentada. La hos– tia, en espléndido carruaje tirado por cuatro caballos, es llevada por un sacerdote que canta o lee todo el camino, y la sigue una proce– sión a pie, con cirios y antorchas, acompañada por soldados para mantener el orden. Es recibida en la puerta de calle por los parien– tes arrodillados del agonizante; y cuando concluye la ceremonia se vuelve al templo del mismo modo. Los funerales de personas de calidad, se celebran generalmente con una procesión de sacerdotes por la noche, iluminada con antorchas, que acompaña el cadáver des– de la casa a la iglesia. Después se coloca en una carroza fúnebre para llevarlo a enterrar en el cementerio público, una milla de la ciudad. Este cementerio consiste en una capilla y un gran terreno cercado de pared, y despide el olor más pestífero, pues los cadáve– res se ponen apenas bajo la superficie del suelo. Prevalece en Lima, principalmente entre gente baja, la práctica repugnante, para evitar gastos de entierro, de exponer los cadáve– res cerca de alguna iglesia. Al principio no conocía esta costumbre y, como a menudo pasaba por una iglesia cercana a la casa donde vivía, me fastidiaban muchísimo los olores repugnantes procedentes de unas envoltorios colocados sobre la pared baja que rodeaba el

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