Relaciones de viajeros

266 ESTUARDO NU&EZ table. Tiene grandes bigotes y cabello negro y encrespado. Después de muchas oportunidades de verle, puedo decir que nunca encontré cara que diera idea más exacta del hombre. Intrepidez, resolución, actividad, intriga y espíritu perseverante y resuelto, se marcaban claramente en su semblante y se expresaban en todos los movimien– tos de su cuerpo. Su traje en esta ocasión era sencillo aunque militar. Vestía, co– mo de costumbre, chaquetilla y pantalón azules, con botas grana– deras. Pareció prestar mucha atención a la representación, no obs– tante ser mala, y evidentemente gustóle el sainete o petipieza joco– sa de gracia y bufonería burdas, por las que son famosos los es– pañoles de Lima. El teatro tiene tres órdenes de palcos, galería y platea. La pla– tea se divide en asientos separados, con brazos como de silla, y numerados; así, una persona puede tomar por temporada el que más le agrade. Parte considerable del orden inferior es ocupada por dos palcos presidenciales (uno oficial y otro particular), y por un tercero para el cabildo, o municipales de Lima que no Jo pagan. Los demás palcos se abonan principalmente por mes o año, tenien– dose que pagar por entrada individual alrededor de un chelín inglés, además de la subscripción. La abominable costumbre de fumar en el teatro se practica por todas las clases en los entreactos. Así que cae el telón, se oye el chocar de eslabones y pedernales y la boca de cada uno presto se adorna con un cigarro: las damas de los pal– cos también se permiten este hábito chocante. Siempre están muy bien vestidas, y las de virtud fácil son las más lucidas si no las me– jores. Unas pocas de la clase más elevada se sientan en palco de propiedad acompañadas de una esclava. La galería generalmente se destina a la clase inferior de mujeres cuya vestimenta presenta as.. pectos singular; gran chal o pañuelo de muselina en la cabeza y en– cima un sombrero de hombre. Pocos días después de la visita de Bolívar al teatro, se dio un gran baile en palacio al que fueron invitadas todas las personas respetables de Lima. A pesar de haberse abolido en la Constitución sancionada por el Congreso las corridas de toros por ser incompatibles con la épo– ca presente de cultura y civilización, sin embargo, desde que se supo que el Libertador era sumamente aficionado a ellas, las auto– ridades estaban ansiosísimas de satisfacer sus deseos, y una se– rie de estos espectáculos, en escala espléndida, se anunció al popu– lacho deleitado y de nuevo impaciente por participar de la diversión favorita . Además de la ventaja de satisfacer los deseos de Bolívar,

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