Relaciones de viajeros
RELACIONES DE VIAJEROS 267 el Gobierno encontró sin duda modo muy conveniente para hacerse de fondos: la plaza de toros pertenece al Estado y el dinero perci– bido formó siempre parte de la renta de los virreyes. Algunos días antes se hizo todo esfuerzo para preparar la plaza, grandemente des– truída por el desuso, y se arrostraron muchas dificultades para reu_, nir un número de toros de lidia, procedentes de todo el país. Un famoso matador, llamado Espinosa, se hizo venir de lea, donde era jefe de un cuerpo de montoneros contra los españoles. El día fijado todo era en Lima alboroto y alegría; se cerraron las tiendas, los negocios quedaron suspendidos, todas las clases se ata– viaron lo mejor que pudieron y se declaró feriado. La plaza de toros está en la mitad de la alameda del otro lado del Rímac y a medio camino entre la ciudad y los baños de que an– tes he hablado. A medio día, la alameda estaba atestada de gente: en efecto, todo el esplendor de Lima se trasladaba directamente al es– pectáculo. Jinetés en nobles brutos, la mayor parte oficiales, se con– fundían arriba y abajo del paseo, ostentando sus trajes magníficos, cubiertos de medallas y condecoraciones, mientras mujeres esplén– didamente ataviadas en sus calesas sonreían complacidas a los salu– dos graciosos de los caballeros. También se veían muchas mujeres a la moda del país cabriolando a horcajadas en palafrenes vivarachos. Usaban principalmente vestidos y largos calzones blancos con hile– ras de alforcitas. Asomaba para mejor efecto, un piececito fino den– tro un zapato de raso, con ligero espolín de plata y estribo pequeño del mismo metal. En la cabeza usaban sombreritos de hombres. Las veredas, al mismo tiempo, estaban tan completamente atestadas de multitud abigarrada de todas las clases sociales, que era imposible avanzar sino con la turba moviente. Las calles y casas de Lima, se vaciaron literalmente de su población, que iba de prisa al sitio del placer. El anfite~tro es un gran círculo de 100 a 150 yardas de diáme– tro; el piso es de polvo nivelado con rastrillo, y en el centro, fuer– tes postes a poca distancia entre sí, por donde los toreros se esca– pan del furor del animal. En derredor de la arena, hay lo mismo una barrera alta, para que salten o trepen en caso de verse muy apura– dos y no poder refugiarse en los postes del centro. El todo está a cielo abierto y rodeado por tapias, al interior de las cuales se levan– tan asientos y palcos en fila. En el piso, y también al nivel de la are– na, hay una fila de palcos; arriba de éstos hay varias gradas, las dos primeras divididas y numeradas para asegurárselas como asientos especiales, y las restantes destinadas al público indistintamente. Arriba de todo está la hilera principal de palcos. Se entra a los asien-
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