Relaciones de viajeros
270 ESTUARDO NU.1'lEZ tados en animales muy liberales; detrás de éstos venía el séquito de puntilleros y capeadores a pie, y la procesión concluía con figuras de hombres, caballos y bestias salvajes, rellenas de combustibles y fuegos artificiales, para ser colocadas en distintos puntos del redon– del a fin de molestar y enfurecer a los toros. Toda la compañía de toreros serían unos treinta, y luego tomaron sus puestos respecti– vos. A cada lado de la puerta del toril, que era del tamaño del ani.. mal, había otras dos; una grande y de dos hojas por donde el arreo entraba al corral, y otra pequeña apenas lo suficiente para admitir al hombre cuyo oficio era abrir la puerta por donde el toro salía del redondel. Luego, preparado ya todo para la lidia, un capeador a caballo se situó a pocos pasos del toril, y, una vez que hacía señal de estar lis– to, el guardián corrió el cerrojo. Cuando el toro, previa y suficien• temente atormentado adentro se lanzaba sobre hombre y caballo, el capeador, con un movimiento rápido y diestro, evitaba la embestida y continuaba cabriolando alrededor del toro, cegándolo con la ca– pa, de manera que el animal, echando espuma por la boca, no podía alcanzar otra substancia que la seda flameante para saciar su ven– ganza. Sin embargo, en estas ocasiones, he visto cornear al caballo del capeador y al hombre por el aire; pero un buen jinete puede siempre esquivarlo si el toro no es muy rápido. Después que el toro había sido envuelto de este modo, es torea– do por los capeadores a pie, y por los puntilleros, cuyo arte consis.– tía en herirlo en la nuca para quebrarle el espinazo y matarlo en el sitio. Esta tentativa, sin embargo, rara vez tiene éxito, y la posi· ción del hombre, en caso de errar el golpe, era peligrosísima. Cuan– do se creía que el toro había divertido lo suficiente a los espectado– res, embistiendo a los toreros, y agitando las figuras rellenas de fue... gos artificiales que explotaban sobre él, el matador Espinosa, que había estado mirando tranquilamente, se adelantaba para atacar al animal todavía terrible y no muy cansado, aunque la sangre corría abundante de las heridas. El capeador avanzaba con la muletilla en la mano izquierda y la espada en la diestra, y esperaba tranqui– lamente la embestida como a diez pasos del toro; recibía el choque con la muletilla haciéndose a un lado un poco y tirando al mismo tiempo una estocada por entre las paletas al corazón. Si tenía éxito en la primera embestida, se seguía un aplauso general, y paquetes de duros se tiraban en recompensa desde el palco del cabildo. He visto dar así hasta cuarenta duros por un toro matado con destreza. La mayor parte de los toros al salir del redondel eran tratados del modo descripto; pero variaba la manera de matar cada toro.
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