Relaciones de viajeros

IlELACIONES DE VtAJEROS 271 Cuando se determinaba que el picador matase, espoleaba su caballo para cargar, tomando la lanza con la mano derecha y colocando el pulgar en el extremo para afirmar el arma dirigiendo al mismo tiem– po la punta hacia abajo: se afirmaba en la silla y esperaba la embes– tida. El toro lo atropellaba, y en el momento de ponerse en contacto con la pierna del picador, protegído por la bota, o con el cuerpo del caballo, el hombre hundía su lanza en las paletas. Si el toro no caía muerto, siempre era herido mortalmente. He visto varias veces la lanza bandear el cuerpo, y quedarse hasta que con los esfuerzos del animal sale por abajo. El caballo casi siempre es matado y se pone deliberadamente para ser corneado, mientras el hombre toma con calma la puntería: los picadores por este motivo usan caballos de poco valor. Otro modo de matar los toros es la lanzada: se produce de la manera siguiente: un gran palo de doce pies de largo rematado en punta de hierro macizo, se tiene por un hombre sobre la rodilla; el p,alo o lanza se afirma en una estaca clavada en el suelo, con un agu– jero donde encaja el cabo. El hombre tiene la lanza a diez pasos del toril y cuando el animal sale, le agita la muletilla para incitarlo a embestir; en medio del tremendo empuje, encuentra la punta de la lanza dirigida a la frente. La única vez que vi al toro arrostrarla, el _arma penetró en lo alto de la frente y salió por el costado, y así, con seis pies del palo de la lanza saliendo entre los cuernos, galopó y espantó a los toreros, que al fin se vieron precisados a desjarretarlo. Esta operación se hace con instrumentos cortantes llamados media luna, adheridos en la extremidad de unas varas largas. De esta ma– nera todos los toros eran estropeados por ser demasiado bravos o tan avisados que no querían embestir, pues solamente en la embes– tida el toro puede ser dominado. Siempre que un hombre era lanza~ do al aire, un grito general de aplausos salía del público, en vez de manifestar temor por su vida. Si por acaso el toro conseguía venta, ja sobre el adversario, todos los toreros acudían, obligándolo pron· to a dejar su víctima y atropellar algún otro objeto, mientras se sacaba al herido. Así que se mataba el toro, las puertas grandes del redondel se abrían, y cuatro lindos caballos tordillos entraban manejados por dos postillones; tiraban dos ruedas a que estaba adherida una colle– ra que se prendía al pescuezo del animal que era sacado a todo galope. Para dar a los espectadores suficientes variedad, después de destruído un número de toros de la manera ya descripta, se adopta otro método, que generalmente produce gran satisfacción. Se ensi,

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