Relaciones de viajeros
272 E.STUAROb NU.&EZ lla uno de los toros más bravos y un hombre lo monta: los esfuer– zos del animal para librarse del jinete son tremendos, y si puede sostenerse de una agarradera adheriaa a la silla, hasta llegar el toro al centro de la plaza, el animal, que vale 50 duros, es suyo. Nunca vi voltear a nadie, aunque los he visto en inminente peligro de ser despedazados contra los postes del medio del redondel. Durante los intervalos de las corridas se alcanza al público agua helada, fru– tas y flores. Las diversiones del día concluyeron plantando ante el toril un número de indios borrachos con lanzas cortas que asían con el re– gatón afirmado en la rodilla derecha en tierra; el animal, al soltár– sele inmediatamente, atropellaba al grupo y los desparramaba en el suelo, sacándose generalmente uno o dos hombres desmayados. Luego atardeció 1 y aunque faltaban aún dos o tres toros que lidiar, se hizo obscuro y terminaron las diversiones. La alameda vol– vió a llenarse de gente y el terreno que rodeaba la plaza de toros se cubrió de carruajes pertenecientes a los que estaban dentro, además de los equipajes de muchos que venían para ver salir al público y ser vistos. Mientras la alameda ofrecía así el espectáculo más alegre y rumoroso, con equipajes lucientes, caballos braceadores y espléndi– dos uniformes, de repente se oyó la campana grande de la catedral, y todo enmudeció un momento: era la oración. El caballo braceador fue refrenado, el cumplimiento tributado a medias a alguna mujer bondadosa quedó sin concluir, el arrogante soldado se quitó el casco brillante, y toda la concurrencia se entregó pocos minutos a la ple– garia. El mundo parecía silencioso; las campanas al fin tañeron ale– gre repique, y, como de costumbre, todos dijeron buenas noches al vecino, volviendo a girar el mundo como antes.
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