Relaciones de viajeros
294 ESTUARDO NU1'l:EZ sas de la orilla. Son atendidas por bañistas indios sin más que un pedazo de lienzo en la cintura. Permanecen en el agua de media a una hora por baño y no se ofenden mucho si un amigo nada hasta ellas y les da conversación. Por la noche siempre se baila y hace música en algunas casas donde todos tienen entrada libre: en estas ocasiones se toca la gui– tarra para acompañar canciones del país: la música tiene suavidad lastimera y las voces femeninas son generalmente armoniosas. El indio de Chorrillos es gente muy sencilla que vive entera– mente de la pesca, cuyo producto lleva al mercado de Lima. Las canoas pescadoras salen al ponerse el sol, cada una tripulada por dos hombres, uno sentado a proa y el otro a popa, ambos con pala, y bogan con asombrosa rapidez: retornan al venir el día cuando la orilla está llena de hombres muj eres y niños con sus pollinos, que reciben el producto de la expedición nocturna: transportan el pescado cuesta arriba en canastas y cargan en asnos las redes que luego extienden al sol para secarlas. Las indias son particularmente modestas, y, si no lindas, con caras muy interesantes que resaltan por la excesiva prolijidad con que alisan el cabello, al que prestan la mayor atención. Su vestido aquí es exactamente igual al que se ve en toda la costa y describí en Huacho: es la misma gente en Chorr illos, solamente más rica y acaso de raza superior; pero el dinero influye poco en sus hábitos y se enorgullecen de adaptarse a las costumbres antiguas. A medio camino , ent re Lima y Chorillos está el villorrio de Mi– raflores, que también solía ser residencia veraniega de algunos mag~ nates limeños, y lo formaban antes hermosas casas rodeadas de lozanos jardines y huertas. Cuando estuve en Lima se hallaba aban– donado, y el país que lo rodeaba, ot rora rico y bien cultivado, volvía a su estado originario de esterilidad y desolación. Toda la región parece haber sido densamente poblada por los indios en alguna época anterior y sus huacas de tierra, y r estos de tapia, están desparramados con profusión por todas partes; trazas de cercados de tapia de que los españoles sin duda tomaron el modelo para las suyas, se ven asimismo en algunos parajes. E~tos cercos dan al país aspecto muy desagradab le para un inglés; pero los lozanos cercos vivos a que está acostumbrado, no pueden exis– tir en muchos lugares del Perú, donde nada crece sin regadío, y por tanto el agua es lo más valioso. El clima es tan bueno que estas tapias duran síglos, a menos que se las eche abajo y destruya: un solo invierno crudo de los nuestros las reduciría a átomos. Se observó antes que el clima peruano es particularmente ener-
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