Relaciones de viajeros
298 ESTUARDO NUÑEZ formaban parte. El caballero tenía una res de carnero colgando a ambos lados de la montura, que llevaba para sus camaradas. La dama, montada a horcajadas sobre su caballo, me divirtió en exceso narrándome la campaña reciente y el botín que había conseguido. Vestida completamente a la militaire, manej aba el caballo con ad– mirable destreza. Esta banda irregular había jugado su viejo juego en el camino, robando a los indios que bajaban con pequeñas can– tidades de plata a la ciudad, y cuando íbamos por un paso angosto entre los cerros, nuestros dos compañeros nos mo?traron alguna san– gre en la arena que decían ser de un viajero asesinado la víspera. Díjeles claramente, 1 para nuestra mayor seguridad, que, quienquie– ra que intentase robarnos se encontraría con la mejor resistencia que pudiéramos oponer y al mismo tiempo me cuidé de que viesen mis pistolas. Antes de mucho andar llegamos a la hacienda donde toda la partida descansaba y partimos previas mutuas cortesías. Pasamos en la ruta por restos de varios pueblos indios general– mente en el tope o en las faldas de los cerros . Luego se nos juntó un viejo conocido de mi compañero, y nos invitó a dormir en su casa cerca del camino, oferta que aceptamos. El viejo godo, pues resultó serlo, vivía en una buena propiedad .al final del valle que 'terminaba entre cerros: su casa era una mísera chacra sucia, rodeada por chozas de caña de los esclavos y por diferentes corrales de tapia para varias clases de animales; cerca estaba la era, espacio redondo pavimentado con guijarros. En– cerrando nuestras mulas en un corral y dándoles uno o dos atados de alfalfa, seguimos a nuestro huésped a un cuartito donde tenía su cama siempre que venía a visitar la chacra. Mientras se preparaba la cena de chupe, nos divirtió con una demostración de los perjuicios causados por los patriotas, estimados en 70.000 duros, causados por diferentes robos y exacciones, y a cada vuelta de la conversación, cuando comparaba la antigua si– tuación con la nueva, "su excelencia el virrey" estaba continuamente en su boca. Su capataz era un viejo curioso y ayuntaba bien con el patrón. Los realistas descontentos, sin embargo, me ofrecieron hos– pitalariamente su lecho que naturalmente no acepté, prefiriendo en~ volverme en la capa, sobre la montura, -en un cuarto independiente con el equipaje. Respondiendo a una pregunta que hice al viejo capataz sobre si había pulgas en la casa, su contestación seca fue: "sí, señor, hembras y machos". Nos levantamos temprano por la mañana y desayunamos choco– late, habiendo llevado el aparato necesario con nosotros e hirviéndo– lo con aguardiente. Luego partimos; el capataz nos acompañó para
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