Relaciones de viajeros
~ELACIONES D!l. VIAJEROS 299 mostrarnos el camino real, del que nos habíamos desviado un poco para dormir en casa del caballero anciano. El capataz, mientras nos acompañaba, hízonos la más sentida descripción de la tacañería de nuestro huésped y declaró llevar una vida de perro, todo el tiempo que había estado a su servicio. Luego de dejarle entramos en país montañoso y seco, y a con– siderable altura sobre el valle pasamos una acequia, originariamente cortada por los indios, siguiendo las laderas de los cerros para con~ ducir agua a algún sitio distante. El efecto de la corriente compa• rado con el frente árido de las montañas, era muy placentero: estaba bordeada por cañas muy altas y lozanas crecidas en la misma lengua del agua que marcaban el curso tortuoso en muchas millas. Pronto llegamos a un hondo valle pedregoso o canal entre dos cadenas de estériles alturas rocosas, llamado Río Seco, por el estilo de los mencionados en mi viaje a Trujillo. Los rayos solares verticales nos daban en la cabeza con mucha fuerza, y, reflejados por el duro terre– no árido, el calor era casi insoportable: la jornada, por tanto, tres o cuatro leguas, fue penosísima para hombres y bestias. Por fin llegamos a un cerro muy escarpado, célebre en esa región por ser guarida de bandidos, y ciertamente no se elegiría sitio más conve– niente, pues la senda se reducía aquí a una angostura, y los ladrones divisaban muchas millas a cada lado, para asegurar inmediatamente su presa y evitar sorpresa de enemigos. Mi compañero me dijo que él y algunos otros hacían este camino otra ocasión, con conside– rable cantidad de duros en su poder, cuando, cerca de la cumbre vieron un grupo estacionado en el tope del cerro. Concluyeron que seguramente serían ladrones, e hicieron alto para aumentar sus fuerzas con otros viajeros que venían subiendo detrás, y convinie• ron por unanimidad no dejarse robar humildemente. Por consiguien– te, como buenos generales dejaron el bagaje a retaguardia y todos avanzaron a la cumbre en son de batalla. Cuando llegaron resultó que los ladrones supuestos eran solamente viajeros como ellos, que se regalaban después de las fatigas del camino; se mandó avanzar el bagaje en consecuencia, se abrieron las provisiones y pasaron el res– to del día alegremente. Desde nuestra elevada situación veíamos casi inmediatamente abajo un precioso valle verde, pero pasaron cerca de dos horas antes de llegar, engañándose la mirada en cuanto a la distancia. Pocas le– guas de este lado de Paseo sale un arroyo de la Cordillera al que afluyen otros y, más allá de Canta toma el nombre del río de Canta, formando allí torrente considerable: se vuelca en el mar en Chancay, catorce leguas de Lima, fertilizando en su curso un país muy alegre.
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