Relaciones de viajeros
300 ESTUARDO NU~E.Z Toda la quebrada por donde corre el río es de lo más lindo que se imagine: angostísima en muchos sitios por causa de altas cadenas de cerros rugosos de roca viva, que dejan poco más espacio en el fondo que el necesario para el torrente. En otros sitios el agua se lleva ingeniosamente por las laderas mediante canalitos hechos pro"' lijamente con tierra y piedras; pues doquiera el suelo permita el cul– tivo, los nativos lo riegan. Con este fin, las laderas de los montes se disponen en escalones o terrazas, aunque sea con declive conside– rable, cada plantío con su pared en la parte interior para impedir que el suelo sea enteramente arrebatado por el agua. En estos cam-. pos pequeños y, a menudo inclinados, crece la alfalfa más lozana, entremezclada con maíz, formando todo un bello contraste con las altas y estériles montañas vecinas. La senda de mulas por el frente de estos cerros generalmente costea una de estas corrientes fertilizantes y también el sonido del agua borbotante, corriendo por el fondo pedregoso del canal, Pª"' recía refrescarnos cuando marchábamos con el calor diurno. El valle era bien poblado: estaban desparramados a lo largo del camino pe– queños pueblos de indios, con frecuencia en ubicaciones lindísimas, y sombreados por una clase de frutales que no prospera cerca de la costa. Ahora me encontraba en medio del paisaje peruano y entre sus habitantes sin mezcla de blancos y negros; y veía el país y la gente probablemente con poquísima diferencia en su condición de los felices e inocentes tiempos incaicos. Nuestra primera entrada en esta quebrada aborigen, si puede llamarse así, fue al villorrio de Cocoto, compuesto de pocos ranchos separados. Continuando hasta concluir los bosques, pasamos una linda cascada que saltaba sobre el precipicio y caía al valle perpen– dicularmente cien yardas. Más adelante llegamos a una iglesia soli~ taria, famosa por ser el supuesto lugar donde nació Santa Rosa, ( 1) santa peruana; a quien es dedicada. Nos tomó la noche antes de llegar a la paseana, o pastaje, pero nos vimos bien compensados empinados con el solemne y grandioso efecto del claro de luna sobre vastas eminencias escarpadas, obscurecidas solamente en breves in.. tervalos por nubes pasajeras. Al aproximarnos a Yasso, nos saluda– ron grandes ladridos de los perros tenidos siempre por los indios y pronto llegamos al villorio de media docena de chozas donde des– montamos para hacer noche. Tendimos nuestras camas consistentes en monturas y frazadas en un alfalfar chico, y atamos las mulas conforme al uso del país, en un yuyo fuerte que crece entre la alfalfa. ( 1) Quives.
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