Relaciones de viajeros

RELACIONES DE VIAJEROS 309 casa estaba siempre abierta y su mesa frecuentada por los extran– jeros que se encontraban en Lima: los oficiales ingleses, antes del arribo de San Martín de Chile, eran siempre especialmente bien venidos a la Casa de las Filipinas. Arizmendi parece que era iluso hombre de negocios y tenía todo el manejo y superintendencia del escritorio. Se levantaron a tal altura de importancia en Lima, que el virrey nunca hacía nada sin consultarlos, y fue por persuasión de Abadía que las tropas realistas evacuaron Lima la primera vez. Poco antes de este suceso, el general Arenales, que había sido des– tacado por San Martín para sublevar a los habitantes del interior detrás de Lima, había penetrado la Sierra hasta Paseo, donde de– rrotó al general español O'Reilly. En este conflicto Paseo sufrió severamente: la maquinaria fue muy dañada y se suspendió todo laboreo minero. Cuando San Mar– tín entró en Lima, Arizmendi y Abadía le fueron tan útiles como habían sido para el virrey y los españoles en consecuencia resolvie– ron hacer todo lo posible para aruinar el establecimiento y satis– facer su venganza al mismo tiempo que destruir su influencia so– bre el enemigo. Con este fin, Lóriga, que mandaba los españoles en Jauja, empleó dos monjes, espías de San Martín, a quienes había tomado en la Sierra, para devolver a San Martín una carta fragua– da, significando que procedía de Abadía a un general realista, de"" tallando una serie de sucesos de Lima. Los frailes de buena gana aceptaron la misión: San Martín fue engañado, y Abadía, metido en la cárcel, con dificultad salvó la vida. Entretanto. Arizmendi, para sostener el crédito de la casa, sacudida por estos aconteci– mientos y por las grandes pérdidas sufridas, fraguó cuentas de em– barque de plata en el Hyperion y el Superb; y finalmente, para evi– tar detención y castigo, después de juntar todos los bienes que pu– do cobrar, desapareció una noche. Antes había embarcado sus bie– nes en un navío inglés que le esperaba en Ancón a pocas leguas de Lima. Abadía, el perdidoso y, según se creía, honrado socio, se arrui– nó así completamente: desde entonces continuó residiendo en Gua– yaquil, respetado, pero pobre, mientras su esposa e hijo, y un so– cio menor, viven en Lima, de algunos cortos bienes que no les pu– dieron quitar. El resto de la maquinaria minera perteneciente a es– ta firma antes poderosa, fue destruído en la última visita del ge– neral Lóriga, que entró en Paseo con 600 hombres, y así completó la venganza comenzada con la falsificación de la carta de Abadía. Esta última calamidad sucedió cuando yo estaba en Obrajillo en camino a Paseo. Algunos ingenieros ingleses vinieron de Cornwall

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