Relaciones de viajeros

RELACIONES DE VIAJEllOS 315 costa sur desde lea: en efecto, agregaban que podían entrar y po– sesionarse de la ciudad antes de mi regreso. Estas noticias eran completamente inesperadas, pues antes de salir de Lima, como he dicho, no se pensaba en tal peligro. Por tanto, curioso en extremo de volver sin demora, partí por la mañana muy temprano para, si era posible, llegar a la capital al romper el día. Al aproximarse a las murallas encontré grupos de indios a pie, diciendo les habían quitado todos los animales, inclusive los pollinos y, aunque los realistas no habían llegado, la ciudad era presa de gran confusión. Tropas enteras de mulas y asnos cargados con arroz, papas y maíz, habían hecho alto en distintas partes del camino, pues los dueños temían llevar víveres a los mercados, con la seguridad de perder sus bestias. No gustándome entrar en Lima por las calles principales, temeroso que nos despojaran también de nuestros caballos, pasamos por algunas callejuelas, y llegando a orillas del río bastante abajo del puente, vadeamos diferentes to– rrentes en el cauce ancho y llegamos a mi casa por calles excusadas. Los habitantes estaban lo más alarmados, pero los españoles no tan cerca de la capital como me habían dicho. Habían avanza– do de lea a Cañete, treinta leguas de Lima, pero un río correntoso aumentado por las lluvias de la estación, junto a Cañete, era difí– cil de pasar, no solamente por esta razón, sino porque los Granade– ros a Caballo y un bátallón de 400 plazas, esperaban del lado pa– triota. No obstante no haber temor de visita hostil, todas las clases sociales se hallaban en ·conflicto y desorden. Por la requisa de todas las mulas, etc., en las puertas, los mercados estaban tan mal surti– dos que las provisiones alcanzaban precios exorbitantes y con fre– cuencia no se podía conseguir por ninguno. Algunas familias lime– ñas muy respetables, que dependían para su sustento de salarios procedentes de empleos de gobierno, estaban realmente hambrien– tas, y vendieron todo lo que poseían de algún valor. A tal punto lle– gaba esta calamidad general, que conocí la madre de una linda fa– milia, el marido era juez, que mendigaba disfrazada por las calles para alimentar diariamente a sus hijos. Paralizado todo comercio por la suma escasez de plata, la aduana no producía más renta que la afectada a una contribución anterior, y por propia experiencia sé que el gobierno giró sobre la Aduana una orden de 2 libras esterlinas, quedando impaga al– gunos días por falta de fondos. En estas circunstancias, natural– mente, era imposible pagar a las tropas, y los caminos por ello se llenaron de bandidos, sin policía para imponer obediencia a las leyes. La comunicación entre Callao y Lima era interrumpida con

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