Relaciones de viajeros

316 E.S'í't1ARM NtJ~ez frecuencia un día entero por las bandas de ladrones que apresa– ban los pasajeros despojándolos de todo, a veces aun de la ropa. Debo decir, haciendo justicia a los peruanos, que son gente ino– fensiva e inocente, y rara vez se sabe que derraman sangre, no cre– yéndolos culpables de los actos vergonzosos que ocurrían a diario en el camino del Callao. Hasta entonces solamente un inglés per– dió la vida en este camino: su nombre era Bingham y fue miste– riosamente asesinado una tarde poco antes de mi arribo . Ahora, sin embargo, se asesina todos los días, y por fin la audacia de los bribones, principalmente chilenos y negros del regimiento Río de la Plata, llegó a tal punto que los comerciantes británicos solicita– ron de las autoridades les permitiesen patrullar el campo a su costa. El gobierno accedió a este pedido, y, aunque los robos fue– ron después menos flagrantes, no se suprimieron del todo. A medio camino de Lima y Callao había un gran estero lleno de altas cañas que proporcionaban buen escondrijo a los ladro– nes y donde era casi imposible atraparlos: el oficial que manda– ba la patrulla hizo quemar parte de las cañas, lo que produjo buen efecto. Una mañana mandé un sirviente en mula a Bellavista para conseguir un poco de carne en la chacra de un inglés que proveía los barcos con carne fresca, y fue asaltado por tres hombres que salieron del estero e intentaron apoderarse de la mula; pero feliz– mente él tenía mis pistolas e hizo fuego al de adelante, que cayó: el compañero arrastró el cuerpo al estero. A corta distancia, mi hombre encontró la patrulla dormida junto al camino. Estas enor– midades no se cometían sin, a veces, los bandidos sufrir severa– mente: muchos fueron matados y heridos de gravedad por los in– gleses y norteamericanos, cuyos negocios los obligaban a frecuen– tar el camino. También el gobierno hizo fusilar a cuatro tomados en la plaza de Lima, como escarmiento para los demás; pero co– mo escapaba al castigo cualquier preso con dinero bastante para sobornar a los jueces, el mal no tenía remedio.

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