Relaciones de viajeros

320 ES'fUARbO NU~~ del Callao; mientras Moyana, con el grado de coronel, mandaba en lo militar. Casariego había sido tomado algún tiempo antes y ser-– vido como coronel del ejército español en el sitio del Callao, en ju– nio y julio de 1823: se le colocó con muchos otros prisioneros a bordo de buques donde sufrieron mucho por la falta de espacio. Casarit;go tenía un hijo interesante al que atendió mucho el capitán Prescott del S. M. Aurora, y como consecuencia intervino en favor del padre y consiguió permiso del gobierno para que Casariego al– gunas veces visitase la fragata inglesa bajo palabra de honor. La última vez que fue rehusó regresar y reclamó protección del bar– co de guerra inglés, y el capitán Prescott se vio obligado a hacerlo sacar por la fuerza y entregarlo a la tripulación del bote de guar– dia. Era hombre sin coraje ni importancia, aunque ocurriese que en esta circunstancia hiciese a los realistas un servicio importante. Aunque la izada de bandera española en el Callao fue rudo golpe para la causa independiente, sin embargo tal era la agonía de in– certidumbre en que los limeños entonces se mantenían, que pare– cía alguna satisfacción que los motineros reconociesen cualquier gobierno regular. Los ingleses ahora iniciaron comunicación con Casariego referente a la propiedad británica del Callao; y justa– mente habían obtenido permiso de reembarcarla previo pago de derechos de 50%, cuando el arribo del almirante Guise, con la fra– gata Prueba, para bloquear el puerto, interrumpió la operación. La ciudad quedó en el estado de confusión más horrible, debido especialmente a la ineficacia de las autoridades en que el pueblo no confiaba. Sin embargo, se adoptaron algunas precauciones para la seguridad pública; todos los montoneros de las inmediaciones fue– ron reunidos dentro de la puerta del Callao en Lima, en número de doscientos; los cívicos diariamente formaban en la plaza para estar listos en caso de ataque, y se publicaron proclamas requiriendo que todos los hombres de cierta edad se presentasen armados en pala– cio, bajo pena de muerte. Al sonido de la campana de la catedral se ordenó que todos los hombres se reuniesen en la plaza, prepara– dos para, si fuera necesario, pelear por su vida y bienes. Pero a des– pecho de esta medida, había completa falta de unión y concierto entre los habitantes, motivada por su desconfianza del gobierno; y abrigábamos las aprensiones más temibles del resultado, en caso de ataque de los motineros, que se esperaba hora por hora. Corrían noticias en Lima de que el almirante Guise había sido comprado por los españoles, y que la fragata Prueba entró al puer– to en son de paz: sin embargo, el 20 de febrero por la tarde, se oyó en el Callao cañoneo más nutrido que de costumbre, y yo, con al-

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