Relaciones de viajeros
~LAC!ó.NÉS JYE VIAJEROS 321 gunos más, corrimos al tope de la torre de Santo Domingo, de don· de vimos bien lo que pasaba en el puerto. Nos apercibimos de que la Prueba se acercó con mucha bizarría a las baterías del Callao, que bombardeó media hora; causando poquísimo daño y sufriendo ella también poco; los motineros le dispararon doscientos o trescientos cañonazos con poco efecto, debido a la falta de destreza de los ar– tilleros en los fuertes. Pocos días después, la ciudad volvió a ser presa de la máxima alarma por el motín de los Granaderos a Caballo. El regimiento, enviado desde su posición por la costa sur para defender la ciudad, se sublevó en el camino y, atando codo a codo sus oficiales, avan– zó de manera tumultuosa sobre el Callao. Al aproximarse a los fuer· tes, vieron flamear la bandera española, y muchos se arrepintieron del paso que habían dado y, poniendo en libertad a sus oficiales, como la mitad volvieron a su deber mientras el resto salió a galo· pe hacia los castillos. Esto se consideró en verdad un triste suce– so; pues, además de la fuerza adicional obtenida por los motineros, ahora podían cortar las provisiones de la ciudad y avanzar hasta las puertas en corto tiempo: sucedió lo previsto y se trabaron es– caramuzas bajo las mismas murallas. Entretanto, todas nuestras noticias del Callao describían el lugar en situación muy ansiosa e incierta. Los hombres, aunque se habían amotinado de mutuo acuer– do, estaban malísimamente satisfechos de su actual estado por ha– berse izado la bandera española contra sus dificultades. Casariego y Moyana tuvieron la mayor dificultad para evitar una nueva su– blevación y se vieron obligados a conceder toda clase de favores. Vagaban a discreción por el Callao, bebiendo y peleando en las ca– lles y algunos gritando: "Viva la Patria". Las enormidades cometi· das eran inevitablemente pasadas por alto, y el mismo Casariego consideró su vida en grave peligro. Se mantenía la guardia más estricta sobre los oficiales presos a fin de que no se comunicaran con sus hombres; y el general Alvarado, que era el más querido entre ellos, para mayor precaución, fue enviado p reso a lea, adon– de se mandaban comunicaciones diarias a los comandantes espa– ñoles, urgiéndoles se apresurasen a posesionarse de los castillos an– tes que estallase la contrarrevolución. Se ofrecían recompensas dis– paratadas a los motineros para inducirlos a no saquear la ciudad, y muchas veces salieron del Callao con la intención de hacerlo. El gobierno de Lima expidió órdenes de requisar todos los ca– ballos y mulas, pues se necesitaba caballería que oponer a los Gra– naderos a Caballo que mantenían la ciudad en perpetua alarma. Yo tenía algunos caballos valiosos, lo mismo que otros ingleses; y
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