Relaciones de viajeros
RELACIONES DE VIAJEROS 325 que el carruaje iba a entrar, nos detuvieron algunos soldados orde– nando al postillón dirigirse al Callao. Concluí que Lima estaba en poder de los motineros, y como sabía que un viaje al Callao signifi· caba nada más o menos que llevarnos camino abajo fuera de todo socorro, para ser robados y maltratados, les supliqué tomasen to– do lo que llevásemos encima y nos dejasen ir. Como me había pre– cavido de no llevar conmigo sino poquísimo dinero, los soldados se mostraron muy satisfechos con diez duros que les ofrecí y repitie– ron la orden al postillón de dirigirse al Callao. Híceles presente que en realidad no tenía más dinero y pedíles registrasen los bolsillos, y así lo hicieron; y agregué teníamos alguna ropa blanca en el co• che al que eran bien venidos. Con esta información tiraron afuera una bolsa de tripe que llevábamos y desparramaron todo el conte· nido en el suelo preguntando al mismo tiempo si no teníamos alguna "ropa de soldado" lo que significaba ropas de lana. En este mo– mento llegó un oficial joven y preguntó a los soldados qué andaban haciendo, a lo que contestaron que habían tomado algunos ingleses que querían enviar al Callao. El oficial pareció muy contento de la oportunidad de semos útil, y cortésmente ordenó a los soldados nos soltasen, tomó nuestra dirección y prometió visitarnos al día si– guiente. Al entrar en la ciudad encontramos todas las casas cerradas; muy pocos candiles encendidos y las calles llenas de patrullas de montoneros y soldados con trajes diferentes a aquellos que está– bamos acostumbrados. Cuando llegamos a casa nos dejaron entrar con dificultad. Nuestro chico estaba mejor y se nos informó que, por la proximidad de los españoles, el general Necochea había salido de la ciudad esa mañana, tomando el camino del Norte para Chan· cay con 300 soldados civicos, montoneros y regulares. La ciudad es~ taba ahora por consiguiente en poder de los motineros del Ca– llao que había entrado a mediodía encabezados por Casariego. Aunque Lima estaba en tan deplorable desorden, hallé, al pre– guntar por las damas dueñas de casa, que habían sido bastante im– prudentes para salir a sus visitas usuales y resuelto volver a pie por las calles. Por consiguiente propuse a un amigo nos armáramos y fuésemos a buscarlas. Las encontramos en la calle, agobiadas por el placer de la entrada de sus amigos r ealistas, y con mucha dificultad pudimos persuadidas de volver a casa, cuando deseaban dar una vuelta por la plaza, aunque al mismo tiempo detonaciones repetidas de armas de fuego indicaban el comienzo de los ultrajes a que Lima aquella noche estaría expuesta. Habíamos estado en casa muy corto tiempo, cuando los tiros
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