Relaciones de viajeros

326 ESTUARDO NU?'l'EZ en nuestra calle se hicieron más frecuentes; y caballos a galope y gritos de "¡ataca! ¡ataca!" nos llevaron al balcón, donde no obstan· te, no podíamos ver sino los fogonazos de armas de fuego, en medio de luchas de hombres y caballos. Había tomado todas las precau– ciones posibles para proteger mi casa si era atacada. La disposición de las casas, en efecto, las hace pequeñas fortalezas, fácilmente de– fendibles: la única puerta de calle es de grandes hojas macizas ple– gadizas, tachonadas de clavos, y se puede hacer fuego a los asal– tantes desde los balcones salientes en ambos lados. En estos bal– cones pusimos mosquetes y pistolas con munición y se tenía vigi– lancia constante para el caso que se necesitase. Nuestra casa esta– ba en un barrio con muchas pulperías y frente a un convento. Los granaderos a caballo entraron a muchas casas a derecha e izquierda de la nuestra, hacierido volar a tiros la cerradura de las puertas, mientras los pobres moradores daban gritos lastimeros de auxilio, esperando ser asesinados si no abrían las puertas. Vimos mucho de lo que pasaba, pero no creímos prudente hacer fuego al enemigo, pues de este modo provocaríamos la venganza de toda esa raza de malvados contra nuestra casa, dándonos amplio motivo para arre– pentirnos de nuestra intervención. Fue noche horrible para Lima, y las detonaciones lejanas y el estallido de las puertas nos decían que las mismas escenas sucedían también distante de nosotros. De repente nos alarmamos oyendo gritos en nuestro mismo pa– tio, y, al averiguar de dónde provenían, encontramos que un pobre portugués había escapado desnudo por los fondos de la casa cuando los soldados entraban por el frente y saltado nuestra pared. Sentí encontrar nuestra posición tan débil a retaguardia y temí que los soldados persiguiesen al hombre y entrasen detrás de él. El pobre infeliz gemía lastimosamente y nos costó mucho apaciguarlo. Lo vestimos, y media hora después nos dejó para volver a su casa, cuan– do creyó que los ladrones se habían retirado, después de llevarse todo lo que encontraron. A eso de la una de la mañana las calles empezaron a estar más tranquilas y luego me metí en cama comple– tamente fatigado. Por la mañana me aventuré en la plaza para tener noticias y saber lo que pasaba. Encontré oficiales de los motineros activamen– te ocupados en disponer el fusilamiento de muchos sujetos tomados en pleno saqueo de las casas. Se dispusieron banquillos en el suelo, a los que eran atados los pobres infelices, y fusilados sin ser juz– gados, y nuevas víctimas se traían cada minuto maniatados en ancas de los granaderos a caballo. Cuando estaba allí llegó un soldado a todo galope, arrastrando dos pobres sujetos atados de la muñeca a

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