Relaciones de viajeros

RELACIONES DE VIAJEROS 327 la silla; y un inglés que estaba conmigo reconoció un sirviente suyo. Inmediatamente pidió al capitán de la guardia no lo fusilase sin examen, porque le creía hombre honrado; sin embargo, toda la sa· tisfacción que consiguió a sus reiterados pedidos fue: "Si usted tiene algún interés en el destino del hombre, lo verá en el banquillo den– tro de cinco minutos". Cada uno rezaba fervientemente ahora por la entrada de alguna fuerza respetable, aunque fuese enemiga, para protección contra la desobediencia de estos bellacos, y se envió una diputación del Cabil– do, acompañada por el teniente de un barco de guerra inglés, al encuentro del ejército español, para negociar en nombre de la ciudad. Volvieron en la tarde, después de encontrar los realistas cerca de Lurín, ocho leguas de Lima, y dijeron que no entrarían antes de dos días. Viendo un granadero a caballo con una guitarra, muy parecida a la que yo había dejado en Chorrillos, comencé a alarmarme mucho por la sirvienta y el niño quedados allí, y mandé dos hombres por l<~ tarde para informarme de ellos. Volvieron la mañana siguiente, no sin haber sido robados y maltratados en el camino, con el cuento que sirvienta y niño venían a Lima en calesa, y que una partida de los granaderos a caballo del Callao habían entrado en Chorrillos y sa– queado todas las casas principales. Esto sucedió en el crepúsculo, más o menos a la misma hora en que nos saquearon al entrar en Lima. Los ladrones rompieron roperos, baúles, etc.; desnudaron al chico y apuntaron las pistolas al pecho de sirvienta y niño para ha– cer que la primera dijese dónde estaban los valores: cuando los encontraron les agradó mucho, pues habíamos traído de Lima canti– dad considerable de joyas, plata labrada y dinero, para enviarlos a bordo, pero, desgraciadamente, no pudimos. Los soldados se llevaron todo lo de valor, haciendo bolsas para meterlo, de vestidos de mu– jer, y atándose al pescuezo mis pantalones. Su último acto fue hacer pedazos los muebles sin necesidad y llamar los indios que dejaron la casa literalmente vacía, mientras compelían a la pobre sirvienta aterrorizada a presenciarlo todo. Preguntaron especialmente por mí, y tengo buenas razones para regocijarme de haber escapado de sus garras, pues se apoderaron de un pobre francés, único extranjero re– sidente en el lugar, y lo sacaron a la plaza para fusilarlo , aunque después lo dejaron. La sirvienta rios dijo que todo el camino de Lima estaba cubierto con bandas sueltas de montoneros que la insultaron y echaron mechas encendidas por las ventanillas del carruaje. La noche después y la siguiente fueron mucho más tranquilas, pues la proximidad de los españoles hacía a los oficiales de la ciu– dad más solícitos en el cumplimiento del deber.

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